Archive for 10.10

It's a Jersey Thing.


    • Con esto termino mi primer rol.
      Creek con Kasu.
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      Oscuridad. Al cerrar los ojos era lo único que podías ver, con la esperanza de que alguna luz cegadora diese paso a una bella vista o a un hermoso paisaje. Al abrir los ojos lo único que se encontró fue un pasillo. Blanco, puro, sin nada que le hiciese temer o echarse atrás, sin nada que le hiciese volvese cobarde por unos efímeros segundos. Parpadeó, y al hacerlo un líquido marron goteaba de las paredes. Torció la mandíbula, notando como su pecho vibraba y sus pies se movían solos por todo aquel pasillo. De nuevo sus pestañas y parpados se movieron, temblando hacia debajo y al hacerlo sus pasos se escucharon más fuertes y pesados sobre el suelo. Miró sus pies y levantó la mirada, encontrándose con varios relojes. Era curioso, jamás había estado en un lugar así, era increible y algo irreal a la vez. Volvió a parpadear, estando ya cerca de uno de estos relojes, sintiendo como una de sus manos se elevaba ella misma, siendo practicamente arrastrado hacia el interior de uno de sus relojes. Todo se volvió oscuro, pero esta vez se pudo oír un grito más que conocido en sus oídos. De repente, ya no existía nada de esa pureza a su alrededor. Miró sus manos, temblorosas como ellas mismas, llenas de sangre. A sus pies un cadaver, asesinado de la peor manera posible, descuartizado, envuelto por litros de sangre. Miró a su alrededor, un sudor frío recorrió su cuerpo de arriba abajo. La calle estaba desierta, exceptuando un pequeño kiosko de la esquina, que hasta en los días festivos abría. Corrió, pero todo se iba haciendo más enorme a su alrededor, más inmenso y vacío. Sus nublados ojos divisaron una silueta a lo lejos, alguien de cabellos rubios que ni siquiera se esforzaba en dirigir la mirada hacia él, que gritaba y gritaba sin poder oír su voz. Aquella silueta era conocida, aquellos movimientos lo eran, mas ahora parecía ser todo una farsa, una burda mentira.


      Había despertado rápidamente de una realidad ficticia, de un sueño que no lo era, pero una vida imaginada. Siempre en toda su vida, había estado pensando en la importancia de los defectuosos sueños, en las oportunidades que puede ofrecer el elegir algo o no hacerlo. Tu vida, realmente se basa en un juego -Pensaba- Evitando aquel hecho en el que a veces parecía recobrar algo de sentido para al momento no tenerlo de nuevo.

      En si, la vida era pensamientos de un niño de ocho años con la debilidad de escoger entre un helado de menta o uno de limón. Ese niño siempre iba a la misma heladería, observaba ambos sabores durante un buen rato y antes de decidirse guardaba aquellos cincuenta peniques y volvía a su casa con las manos vacías. 

      Aquel mismo niño era el que se encontraba de pie, siendo apresado por las fuertes manos de un padre con miedo, comenzando a correr y dejando estas atrás para alcanzar a su tan amada madre que se iba de su lado. En la cabeza del niño, una imagen mental de él alcanzando la desesperada mano de su madre y consiguiendo finalmente quedarse junto a ella se dibujaba, pero en otro lugar, una imagen de él perdiendo uno de sus zapatos mientras la alcanzaba quedando atrás y viendo el tren partir mientras su desesperado y asustado padre se acercaba era otra. 

      Así es como era, un niño de ocho años puede escoger, pero si no lo hace puede imaginar qué hubiera pasado. Porque aquello era como ser dios, producir en tu imaginación o qué sabe qué el producto de las consecuencias elocuentes que habría ocasionado el elegir o no tales cosas o actos. 

      En una de ellas, Un niño de sombrero azul con una pequeña bola amarilla que lo coronaba como tal montaña con su cumbre, miraba sus manos aterrados. Sus cabellos eran negros, la sangre que quizás pudiera ser el producto de tan macabra situación corría calle abajo, y él...Él continuaba parado observando con sus verdes ojos las posibles vidas de un niño de ocho años que no consigue decidirse entre un helado de menta o limón.

      Finalmente dejó caer sus rodillas sobre el áspero y frío pavimento, tapando su cara con sus propias manos ensangrentadas, cayendo de nuevo en la oscuridad. Parpadeó y se vió así mismo entrando en otro de aquellos relojes. Sintió un golpe en la sien. Nadie se había atrevido antes a golpearlo sin acabar mal de la cabeza o en encarcelado en un manicomio. Sintió como presionaban su cabeza, como, personas desconocidas, hacían que sus ojos lloriqueasen de dolor. Intentó elevar la mirada, mas le fue imposible. Escuchó unas tenebrosas sonrisas, miles de torturas y formas de asesinar a alguien, despiadadas, llevando el adjetivo "Hijo de puta" después.


      ¿Qué era aquella sensación? Sintió como su corazón se encogía, como por unos momentos dejaba de latir al ver como un pequeño marco de fotos caía al suelo y se partía en mil pedazos. Uno de ellos se estampó en su cara, inevitablemente arañándola así. Después moriría. 

      Rodó los ojos, sus pupilas se dilataron y aquel sudor volvió a inundar cada parte de su cuerpo. La leve luz de las farolas de la calle atravesaba los cristales de su ventana, impactando con el de aquel marco de fotos. Perfectamente se sabía que en aquella foto sólo estaban dos personas, uno de ellos llevaba un gorro y portaba una expresión de mal gusto, fingida pero alegre. De la otra persona sólo se veían unos mechones de pelo y una camisa desabotonada. 

      "Moriré." Pensó, para después escuchar como alguien aprietaba el gatillo, optando por una de las fáciles soluciones. Cerró los ojos y esperó, un ruido sordo era todo lo que pudo haber oído.


      Sonrió, El miedo era una sensación maravillosa, absolutamente demente, culminante el momento en el que los ojos de tu rival, de la persona que odias, de la que amas, a la que le debes la vida, de tu amigo de toda la vida o simplemente de una persona que no conoces, que nunca lo has hecho pero en el fondo finges conocer se parte en mil pedazos, justo como un cristal. 

      Cuando una simple vida parece un retazo de estúpida humanidad, la cual cargada de odio, demencial y estúpida carga con el peso de una historia que ni el más antiguo de los hombres ha podido cumplir plena y enteramente. Cuando realmente crees que aquel es el final, que está agotado, que aquella sensación es la dejadez de sentirte a ti mismo no queriendo hacer algo pero haciéndolo por simple obligación. Cuando la tuerca del destino se ve tan malditamente apretada que todo parece una estúpida coincidencia.

      Pero no existen tales hecho, no por escogerlos o por limitarte a vivirlos, simplemente no hay algo en la mente humana lógica y moral que no se pueda alimentar de las burdas mentiras que cala el ánimo de personas que verdaderamente su vida son ratazos de sueños rotos convertidos en memorias deshechas por el tiempo.

      Como un hilo de una bufanda, de tu bufanda favorita, la que más amas de todas, la que más calor te da cuando está ahí, enroscada puramente en tu cuello como si no ocurriese más acto que aquel simple. Una prenda cubriendo carne pálida de muerto. Pero entonces te das cuenta que aquella bufanda es de una mala tela, que todos los años no has hecho más que ocasionar aquel fatídico día en el que finalmente todos los hilos se encuentren esparcidos por el suelo y tú llores.

      Inevitablemente, como si por cada lágrima un pedazo de vida escapase de ellas. Un sonido sordo, demasiado grotesco para caracterizarse de tal, sonó por todo el lugar. Los sesos de alguien manchaban el puro suelo cubierto de esponjosa y fría nieve. 

      Veías esos ojos, pero el rostro que finges conocer se parte en mil pedazos.


      ¿Aquello era el fin? ¿No había nada más que hacer? ¿Qué sería de él de ahora en adelante? ¿Alguien que dejó escapar su vida sin ser nadie y murió siendo nadie? Preguntas, eso era todo lo que podía pensar. Ni siquiera creía estar pensando aún, después de todo, una vez muerto ya no podías seguir siendo una persona. 

      Quedabas como el más mísero recuerdo en lo que fue unavida. El más allá no existía, ni el cielo ni el infierno, ni siquiera Satan al que una vez creyó ver. 

      Sintió como el aire se escapaba de sus pulmones. Elevó las manos y tocó una madera áspera. Sin poder creerlo se removió débilmente. Estaba encerrado en a saber Dios que. Movió las manos de un lado a otro y lo único que pudo seguir tocando fue aquella madera helada. Su pecho comenzó a vibrar, a elevarse y bajar de una manera más y más rápida. Como si la experiencia más normal que jamás habia vivido escuchó de nuevo unas risas, esta vez más animadas.

      "Al fin, ¡al fin podremos bailar sobre la tumba de Craig!" "¡Ese jodido gilipollas la palmó!" "¡Nadie volverá a quitarme el desayuno de las mañanas, yay!" ¿Craig? ¿Quién era ese? ¿Acaso se referían a él? Él no estaba muerto, ni siquiera se podía considerar un espiritu pues sentía y respiraba dentro de aquel trozo de madera. "¡Agh! ¡P-por fin!" Escuchó esa voz otra vez, no podía estar alegrandose de que él estuviese muerto. No lo estaba. Gritó, golpeó con la mayor fuerza de sus manos, pero su ataud estaba más que enterrado. Profundamente. El aire ya no llegaba a sus pulmones y mucho menos podía notar un ápice de calor en su cuerpo, sólo el roce que provocaban los gusanos colándose en ese traje de chaqueta que jamás se había puesto.


      Aquello era como ver desde una panorama que jamás hubieses o deberías haber pensado harías, como observar desde unos ojos que dichosamente no eran tuyos o simplemente notarlos hervir frente a estos como almas de simples mortales condenados a la penumbra tras un acto de semejante locura y desesperación. Los latidos sonaban y él podía escucharlos. Latir, latir...Como si toda una vida estuviera dedicada a ella.

      Algo fallaba, cerró los ojos. Hierve, duele, escuece...Maldito. Los luceros verdes lucían como el pasto recién lloviznado, como la discolada pasión de dos amantes bajo un hermoso olivo de flores grises y frutos puntiagudos. Cuchillos. La lluvia espeluznante de millones de disparos siendo tirados unos tras otros en linea recta como si la desesperación jugara con los sentimientos de una persona que nunca tuvo la suficiente cuerda como para hacer andar a uno de esos pequeños coches de carreras con manecillas plastificadas y milagrosas que duraban dependiendo del esfuerzo puesto en el giro. 

      Cuestión de muñecas. Era un juego después de todo, debía tener una especie de truco, como un R2 Círculo triángulo que sirviese para ejecutar el versus mod y conseguir finalmente todas las misiones sin tener que librar guerra con medio mundo. Saltaba, dios sabe quién fuese estaba saltando en un tablón de madera cubierto de flores y pese a la dedicación de aquel salto y la alegría que transmitía, aquella persona lloraba. 

      Era obvio pues pequeñas gotas que no eran nada, escapaban como mortalizadas en aquel momento de sus ojos, evadiendo las respuestas anhelantes de una vida sin más que realidades o realidades expuestas al factor al cuadrado en una fracción demasiado compleja. 

      Como hallar el valor inestimable de Pi.

      - Te amo - No era cierto, siquiera sus oídos podían escucharlo verdaderamente, aquel grito se volvió susurro y el susurro se olvidó. - Por fin - Acreditaba, ahora sus ojos veían tres niños, demasiados felices felicitando sus fingidos rostros de empatía en un cementerio. Descansen los muertos, los vivos... Continuen viviendo.


      Lo último no era un reloj, en absoluto. Al final de pasillo yacía una puerta oculta entre el blanco recubrimiento puro de la estancia. La puerta estaba abierta, por lo cual sube que se trataba de una o de lo contrarío, aseguro que siquiera me hubiera dado cuenta de la importancia diminuta e inexistente de aquel acto. Entré, ya saben, pues el humano es un ser curioso, al cual le aplasta la intriga con el peso de la inevitable verdad. Jamás se me hubiera ocurrido tal patraña, yacía mi cuerpo con más vida que nunca cubriendo con una de sus manos un rostro ajeno, unos cabellos rubios retumbaban en mis retinas ocasionando aquella luz casi invisible. Allí me encontraba yo, mis cabellos negro estaban despeinados y él, mi amigo o lo que yo creí hubo sido, yacía inconsciente, sin vida aparente, con los labios entre abiertos...Y eso era todo. Él, quien no supo valorar su vida, quien no se molestaba en tratarlo de una manera especial... Craig, quien ahora lo tenía en sis brazos, quien sujetaba su helado cuerpo, muerto de una manera u otra. Apretó los labios, quizá todo estaba pasando tan rápido. Quizá sólo eran imaginaciones suyas, quizá sólo una broma, pero Tweek no se movía. Ni un poco. Por más que lo zarandeaba no reaccionaba. Susurró su nombre varias veces, alzando el tono de voz en cada bocanada de aire. 

      Parpadeó, y cuando volvió a abrir los ojos el rubio comenzó a moverse rápidamente, como si combulsionase. ¿Eso era una buena señal? ¡Nunca había visto morir a nadie! Continuó zarandeandolo más fuertemente, gritando cada vez con mas desesperación su nombre, dejando escapar lágrimas de agonía por sus ojos. 

      - Hah... hah... -Levantó fugazmente su cuerpo, quedando sentado sobre el mullido colchón de la cama, notando la suavidad de las sábanas. Todo había sido un maldito sueño.


      Finalmente, tras el último suspiro de la última de sus posibles vidas como humano, aquella había sido la que finalmente cerró el círculo de lo alocado e inmoral. El susurro de varias voces inundó su cabeza, más sin embargo tan solo cerró los ojos, como si no fuera con él. Aquello terminó de molestarle.

      En una de sus vidas era un simple pasajero, no quería, no estaba contento con vivir aquel retazo de sueño de aquella manera, por lo cual intentó algo alocado, no lográndolo, muriendo casi en el instante. El siguiente sueño no fue más de lo mismo y siquiera sabía si llamarlo de verdad sueño o no hacerlo. En una de estas se volvió tan loco que despertaba cada mañana con un calcetin negro y otro blanco, obviando el pequeño detalle que cada día intercambiasen colores entre si.

      Aquello no era malo, simplemente no todo lo posible entre una vida de oportunidades en las que tienes que escoger o morir en el intento. Finalmente siempre fue igual, pero a su edad y varios inútiles, azorados y desgastados intentos, dándose cuenta de lo inútil de sus acciones, finalmente esbozó un tímido sonrojo al aire  de una persona inexistente, hacia aquel vaho que no sabes de dónde proviene pero en el cual pintas con tus dedos en una mañana fría de Diciembre.

      Fue cuando finalmente al darse cuenta de los hecho, de su inevitablemente muerte, lamentable y casi esperada del todo, se había dado de tal situación que había dejado a todo su gobierno interno sin idea alguna. Aquel niño de ocho años aún estaba indeciso, la vida se escapaba por momentos.

      Entonces suspiró, susurró a la mujer frente a él algo que siquiera él mismo había escuchado, absurdo e irracional. Se dio la vuelta, algo sujetaba con su mano. Vio a aquel niño, hacía el rostro que fingía conocer y que en el fondo, muy hacia sus adentros, sabía que hacía sonreir.

      -Te decidiste - Dijo él, esbozando en su infantil y casto rostro una sonrisas, sus cabellos rozaron por un momento la pequeña nariz. Yo hice un amago, él se acercó algo más a mi - Café - Lamió, lo que a mis años aún no sé concordar, un helado de color castaño. Mi mente retrocedió y entonces parecí comprender.

      Sus labios rozaron los míos, sujeto mis manos y se acercó algo más a mi, al rato separándose, di otro pequeño mordisco a mi dulce helado. - Fría, tu nariz - Como siempre supuse, mis manos por el contrarío aún se encontraban cálidas, en mi mente carmesí.

      Fin.






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