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Sentimientos.
- Creo que definitivamente si tuviera que elegir una pareja a la que amar fielmente y a la que prefiero por encima de muchas otras, sin duda sería el Alfred and Arthur. Por la simple razón que me siento tremendamente bien cuando escribo de ellos, cuando sé que puedo utilizar cualquier motivo solitario en los que plasmar todas mis ideas... Me siento bien escribiendo de ellos, me encanta.
E aquí un Rol que nunca terminé, pero al que siempre amaré con todo mi corazón.Alfred - Arthur
Hacía días que el magnífico Alfred F. Jones no podía dormir. No paraba de dar vueltas en su cama, una y otra vez, sin descanso... Y sabía perfectamente que esta vez no era por pensar en hamburguesas, en como ganar más fama o en hablar con su extraterrestre Tony.
A decir verdad, no tenía muy claro que eran esos sentimientos de inquietud y frustración que le quitaban el sueño en las oscuras y esplendorosas noches en su país. Pero no había otra cosa en la que pudiese pensar, ya que en cuanto cerraba los ojos, el rostro enfadado pero con un toque hermoso de un gran sonrojo en su cara no desaparecía de su mente. Y era el de Arthur.
"¡Pero si yo lo detesto! Es un idiota descerebrado que no sabe disfrutar lo bueno de la vida... ¡Y siempre está pegando a un genio como yo!" Exactamente era eso lo que se repetía una y otra vez.
Como otra de tantas horribles noches, Alfred se había acostado en su gran cama y tapado con aquella manta decorada con estrellas y barras. Al igual que su bandera. No había cosa que más le gustase que dormir arropado por su patria. En cambio, en esa noche... Había algo diferente. Lo supo desde que llamaron al timbre.
El rubio se levantó de la cama y fue hacia la puerta, estaba en calzoncillos y con una camiseta de tirantes negras que tapaba su pecho. Se removió el pelo y posó una de sus manos en el pomo de la puerta, abriéndola así.
Para su sorpresa, era en esta ocasión, la persona a la que menos quería ver.
Chasqueó su lengua e hizo una mueca de disgusto, al observar que el inglés se tambaleaba en frente de la puerta de su casa. Borracho, esa era la palabra. Como un maldito ebrio, siempre llamaba a la puerta de su casa. ¿¡Acaso no tenía otros hobbies que beber!? ¡Hasta hincharse a hamburguesas era más sano que eso! El americano suspiró resignadamente y le abrió las puertas de su casa para que entrase. Mañana sería otro día.
- Acuéstate en el sofá y duerme, el héroe quiere descansar. -Añadió, con cierto tono serio en su voz mientras que observaba como, extrañamente, el rubio se acostaba en su sofá. No tardaría mucho en hablar, hipando y riendo como cualquier borracho de la calle.
En todos los años como alcohólico había aprendido una cosa y aquella se trataba de que por mucho que bebiese para olvidar todo lo que se proponía era capaz de olvidar todo excepto una cosa, más bien una persona y era eso lo que le ponía terriblemente sentimental. Sin saber como realmente y eso era porque ciertamente estaba demasiado borracho como para ser consciente de lo que hacía y aquello podría utilizarlo perfectamente como una escusa.
Cuando golpeó la puerta de madera con sus nudillos desgastados y rojos, esperó pacientemente con los ojos rojos y sin poder evitarlo, pareciendo terriblemente penoso al tiempo que se tambaleaba en la gran entradilla de aquel edificio. Se dio paso dentro cuando aquel hombre de cabellos rubios alborotados le abrió. Se mantuvo como si nada, afirmando vagamente con la cabeza y posando su pesado cuerpo sobre aquel sofá forrado de cuero. Dio un suspiro, el peso de sus años se hacía notar más de la cuenta cuando estaba junto a aquel sujeto.
- Al, mi querido Al – Elevó el tono de voz, complacido y sonriente, con sus mejillas rojizas de la emoción y el mareo que le provocaba tomar algunas copas de más. – Te había echado tantísimo de menos – Nada más cierto que aquello y que seguramente en otra ocasión su estúpido orgullo no le habría permitido decir. Quería tanto a aquel chico, pero se notaba tan poco el amor del otro hacia él mismo.
Alzó el rostro y sus verdes y brillantes ojos observaron los celestes ajenos, sonriéndole un poco más de una forma tranquilizadora que siempre, tras todos los años y las situaciones que se habían dado, podía mantener aún. Cuando estaba bebido siempre recordaba el tormentoso día en el que el cielo rugía fuertemente y las nubes se descargaban sobre dos personas en un inmenso campo de batalla con trajes de semejante color, militares compitiendo por una diferente causa. El egoísmo en ese entonces le había cegado completamente y era por eso que quería completamente al rubio junto a él, que formase una nación él solo era algo que dentro de su cabeza no tenía lugar.
- A penas parece que fuera ayer cuando estabas tan delicadamente sobre mis brazos – Susurró anhelando los momentos dorados en los que el pequeño rubiales que ahora había crecido más que él mismo, se mantenía llamando su atención constantemente para ser su mirada la única que recibieran sus ojos, eso era algo que probablemente el americano nunca supiera cuando añoraba en aquellos momentos. – Pero...Ya no estamos en el día de ayer, y el día de hoy no es más que un retazo borroso de nuestras memorias. – Sonrió, ahora escondiendo el rostro entre sus dos manos, como si a través de su propia mirada pudiera trazar un agujero que quemase sus propios dedos. – Hoy es un día que se ve tan distante como aquel día en el que la lluvia agraciada ocultaba nuestras lágrimas en aquel gigantesco campo de trigo quemado, ¿Recuerdas? – Musitó, entristecido y con la voz más temblorosa y dudosa que anteriormente, en cualquier momento era posible que arrancase a llorar.
Desde luego, aquello era algo de lo que se lamentaba en profundidad desde hacía tanto tiempo como él mismo podía tener memoria de sus continuas conquistas en nombre de la santísima reina de Inglaterra. Pero su mente dudó cuando un territorio basto y rico en toda clases de materiales agricultores y mineros descubrió, a manos de un dulce niño de ojos celestes y cabellos tan rubios como el sol. Aquel que en sus momentos conoció como pequeño América y ahora se alzaba como una grandiosa y magnífica nación orgullosa.
De nuevo, la frustración que venía sintiendo desde hace días caló más hondo en su corazón. Todas aquellas palabras, dolorosas palabras, que aun no queriendo escuchar, sabía que eran verdad no dejaban de repetirse una y otra vez. Sin cesar, con dolor, con la máxima frustración que alguien tan excelente como él jamás había sentido.
Tragó saliva, yendo a coger una manta de las muchas que había sacado en una época tan fría como era el invierno. Deshizo la doblada manta y la posó encima del encogido cuerpo del rubio, tapándolo con ésta misma. Sus ojos se veían ahora realmente tristes, húmedos y estos mismos luchaban por no llorar. ¡Los héroes no lloran! Estaba claro, y no iba a llorar tan de repente por unas palabras provenientes de un viejo borracho.
- No digas sandeces y duérmete de una vez. -Farfulló el infantil rubio, acomodando mejor la manta encima de Arthur. Su rostro se veía realmente patético, tan sonrojado y con aquellos grandes ojos verdes rojos por tanto beber. A pesar de eso, siempre que observaba el rostro de éste una sensación de querer protegerlo le inundaba. Cuántas veces se había intentado convencer para simplemente dejar esa idea y centrarse en hacer creer a su país...
Después de aquello, algunos murmullos sin sentido seguían saliendo de la boca de éste. Quiso no prestarle atención, yendo hacia la cocina para tomar un vaso de leche antes de volver a su solitaria cama. Distancia, eso era lo que necesitaba mantener con Arthur, lo que siempre había intentado tener a pesar de todo.
Abrió la puerta de la nevera y sacó de esta el cartón de leche, dando algun que otro sorbo de mala manera. Una vez saciada su sed, guardó dicho cartón de leche en la nevera y la cerró, dirigiéndose al salón. Apagó las luces y la habitación quedó iluminada por el esplendor de la luna llena que reinaba en el cielo rodeado de nubes grises.
- Good night, Arthur... -Susurró, adentrándose en el oscuro pasillo que le llevaría a su cama. Dormir, lo intentaría... Aun sabiendo que tener al inglés borracho en su salón no era algo con lo que poder descansar tranquilo.
Escuchó las dulces palabras providentes de este más sin embargo no tuvo la grata ocasión de observar sus ojos azules una vez más pues una profunda oscuridad le envolvió por completo. Cerró los ojos, se apegó más aún a la manta cuyo color no podía observar y dio un largo y profundo suspiro. Hacía tiempo que no escuchaba la dulce pero enérgica voz de su antiguo pequeño al cual consideraba más como a el pequeño hermano que nunca tuvo.
Se envolvió más aún en la cálida manta, sintiendo a su mismo tiempo como se calentaba ante el contacto que ejercía esta sobre su propio cuerpo y acercó su rostro a el terciopelo de esta y olio sorprendido y ensoñado el olor que desprendía. Olía a él, a su queridísimo Alfred el cual siempre todo acto que conseguía hacer le tomaba de improviso. Sonrió acostado ya pero no era dormir lo que quería, no tras recordar todo aquello, no tras decirle sus pensamientos a el americano antisentimentalista.
No podía dormir y por lo tanto se levantó pesadamente del sofá dando un quejido a su paso y caminando por el pasillo de la estancia, el mismo lugar por el que había desaparecido el americano. Abrió algunas puertas, cuarto de baño en el cual aprovechó para lavar su rostro y la cocina, al siguiente momento abrió la última, ahí estaba la habitación del rubio. Sonrió porque era aquello lo que quería encontrar y era por eso mismo por lo que decidió a permanecer en el marco de la puerta sin decir ni una sola palabra y solo esperando el momento en el que pudiera hablar, aquel definitivamente fue cuando observó a este tumbado en la cama, sin saber si estaba durmiendo o no se dedicó a decir entre dientes, en apenas un suspiro que luchaba por ser audible o no.
- ¿Sabes el motivo por el cual comencé a beber? – Miró con recelo a la cama de este, pues ciertamente no sabía si dormía o no, continuó hablando tras algunos vistazos.- No fue por un hobby, siquiera porque me aburriese, simplemente fue porque estaba demasiado solo como para observar la eterna soledad en la que me vi envuelto solo – Murmuró, con una mirada entre arrepentida y añorada, como si realmente recordase algo de lo que hacía tiempo había intentando deshacerse.
Ciertamente nunca quiso estar solo porque el deseo por permanecer como hacía tiempo estaba era mayor, pero sin embargo era así como estaba y era ese mismo motivo y situación la que debía empezar a asimilar con tantísima emoción como tiempo atrás. Cuando a llorar se dedicaba, día y noche sin importar estar bebido o no, sin importar la preocupación que esto traía a su queridísima nación.
- Alfred, mi pequeño – Sonrió, apenado y con los ojos a punto de descargar el enorme equipaje de lágrimas que le había dirigido a aquella nación – Siempre serás el pequeño niño indefenso que conocí, pese a que ahora portes una gran carga sobre tus hombros, yo siempre seré quien vele por tus sueños – Aterrizó una de sus manos en su rostro y sin más de nuevo comenzó a llorar, porque aquello parecía demasiado surrealista como para acercarse por poco a la verdadera realidad.
Las piernas le flaquearon y cayó rotundamente al suelo, deslizándose sobre la madera de la puerta de la habitación y consiguiendo sentarse por fin en el suelo, con el rostro entre las rodillas y sus ojos abordados por las lágrimas, finalmente había comenzado a llorar.
Parecía todo tan nostálgico, hacía demasiado que no lloraba por aquellos viejos tiempos, era absurdos llegados a tal situación y a un punto tan marcado.
Como las noches anteriores, Alfred había estado revolviéndose debajo de sus sábanas con la mayor inquietud del mundo. Incluso había aumentado al tener al inglés ebrio en el salón de su esplendorosa casa. Se colocó boca abajo, dejando caer su cabeza sobre las suaves y blancas sábanas de su cama mientras que colocaba esa típica manta con barras y estrellas tapándo todo su cuerpo.
Oyó unos ruidos, supuso que serían afuera en la calle, algún movimiento de los pájaros posarse sobre las ramas o cualquier persona andando tranquilamente, dando un paseo bajo la luna. Mas no era así. Aquella voz tan conocida, aquella voz quebrada estaba justo siendo escuchada por él, en el quicio de su puerta. Pudo apenas ver a Arthur con la luz de la luna, ya que hoy, había apado la pequeña lámpara de su cuarto para no ser interrumpido.
Poco después del propio monólogo que estaba diciendo el ebrio inglés, escuchó un pequeño golpe contra el suelo. Se levantó, cogiendo las gafas que había dejado en su mesita de noche y vió la figura del rubio tirado en el suelo. Se tapaba la cara, y sus sollozos eran más que evidentes. No sabía que el alcohol le hacía tanto mal como para ponerse a llorar.
Se levantó, sin decir absolutamente nada y se colocó en cuclillas en el suelo, observando la estrecha figura que se cernía ante sus ojos. Su pecho comenzaba a sentirse más tenso, su respiración aumentaba y sentía que su sangre hervía al ver llorar a semejante tipo, al verlo en ese estado tan deplorable.
- No te he pedido explicaciones Arthur, alguien tan genial como yo no las necesita... -Murmuró, acariciando la cabeza de éste, dándole unos golpecitos algo infantiles.- Levántate, y cuando no estés borracho entonces hablaremos. -Dijo, más serio y recto. Cogió bruscamente la mano de este y lo incorporó con toda su fuerza, dejándolo apoyado en el suelo, mas aun así, ayudándolo a mantenerse.
Colocó su brazo por detrás de su cuello, posando su mano en uno de sus hombros y arrastrándolo hacia el salón de nuevo. El pasillo estaba aún oscuro y no podía ver muy bien, pero su casa siempre sería brillante a pesar de eso. A pesar de las "malas compañias", en días como estos.
- No quiero ir – Gritó pesado y borracho, intentando sujetar el brazo firme que le ofrecía el otro rubio pero aún así cayendo al suelo en el intento. No quería ir, no al sofá donde estaba solo y la oscuridad acechaba por hacerle cosas extrañas, ya sabía que no debería de haber jugado con la mágia negra desde un principio. Sin embargo todo aquello no evitaba que en aquellos momentos se encontrara asustado, tremendamente asustado y aún llorando.
No lloraba por estar solo, porque a no llorar por ese motivo ya se había acostumbrado; Lloraba porque él no estaba a su lado como en los antiguos tiempos y ahora estaba solo, sí, pero la soledad sabía más amarga aún cuando estás de aquella manera y terriblemente enamorado. Porque él se había enamorado desde el primer momento de aquel niño enérgico que le sacó de la Europa solitaría y su horrenda isla. Pero ese amor no empezó como el de cualquier novela, porque aquel amor era amor de verdad. Había comenzado desde una grandiosa amistad, después un gran amor como el de un padre a su hijo, cuando comenzó a crecer lo apreció más como un hermano y después, después cuando vió a ese pequeño chico convertirse en un hombre, se había dado cuenta de que era el amor de su vida.
Porque los más añorados amores son los que no empiezan como nada, a conocer la amistad y finalmente enamorarte profundamente de esa persona y quererte aferrar a él. De ver como se va desenvolviendo la historia, conocer sus terrores y sus gustos, sus gestos y sonrisas. De conocer tanto a esa persona que seas como tú mismo.
Tú reflejado en un espejo.
Ese espejo eran los años que se habían conocido, eran los años que le había odiado por separarse de él, eran las sonrisas y los besos que nunca se dieron. Los abrazos que a ratos recibieron. Las guerras que libraron, el odio que adquirieron y las demás personas que se interesaron. Finalmente, tras algunos años, tras verse en un callejón sin salida, tumbado durante varios días en su despacho sin ciertamente hacer nada, había llegado a darse cuenta de la total importancia que le debía al más joven. El aprecio y el cariño. Porque lo demás no importaba.
- No me nieges el estar contigo... Quiero sentirte, besarte, abrazarte muchas veces – Por cada palabra de sus labios, una lágrima más se dignaba a salir de sus verdes ojos – Quiero darte todo el amor que no te he dado en tantos años, y recibirlo también – Sonrió, levantando su pesado cuerpo y consiguiendo abrazar fuertemente al rubio, tocarle las mejillas, tras separarse y finalmente darle un largo y pausado beso en los labios. – Porque no soy capaz de decirtelo o quizás lo digo demasiadas veces sin darme cuenta – Susurró, una vez se hubo separado del de ojos celestes – ¿Pero no te das cuenta que para mí no eres un simple amigo ni tampoco un hermano? – No compartian sangre, y por aquel motivo rió.
Se dio cuenta que el coraje y la gran confianza en si mismo del rubio, era debida a que él de pequeño siempre había sido una solitaria nación. Pero él no había sufrido, no tanto como él. Porque no conocía el cariño de la amistad ni que otros países te dieran la espalda.
Porque él era el tan conocido “Los estados unidos de América” Siempre había recibido atención y siempre había sido tratado como el chico privilegiado que era.
- Porque yo te amo, Alfred - Y quizás decirlo era más sencillo que hacerlo, aquello le dolía, le dolía porque no sabía que resultaría del afán de decirlo. Quizás no fuera un beso ni un abrazo lo recibido y más bien lo echase de su casa, pero estaba bien, se lo merecía, por necio.
Dolía. Dolía tantisimo que su fuerte corazón parecía agonizar con cada dulce palabra. Cada palabra que debía desmentir, que debía olvidar de su mente. "Estás borracho, cállate" quiso decir, mas sus labios se sellaron al instante. Y así era, estaba bebido... Y al parecer más que nunca. ¿Cómo podía alguien sincerarse teniendo tantísimo alcohol por sus venas? Había que estar loco para creer algo así.
Alfred había tratado de mantener la cordura durante mucho tiempo, no quería caer en las redes de la locura. No quería volverse alguien desquiciante, alguien aburrido y loco, no quería caer en los brazos del amor. No quería nada y lo quería todo. No podía complacer sus deseos, ni los de nadie. No podía aguantar el fortísimo dolor que acechaba a su pecho. Se sintió prisionero... Un triste prisionero que quería morir en la cárcel de los besos de Arthur.
- No quiero escuchar más. -Susurró, empujando hacia un lado al rubio de ojos verdes.- ¿Por qué no puedes ser sincero cuando estás sobrio? -El americano apretó los puños con odio y rabia contenidos.- No te entiendo... No puedes amarme, Arthur. -Justo después de decir eso, se dejó caer contra una de las paredes del pasillo, colocando una de sus manos en su cara y moviéndola negativamente.- Huí de ti, como un grandioso cobarde... Ahora que puedo vivir solo... Tú vienes a mi casa, diciendo esas cosas como si fuesen habituales, como si fuesen hermosas.
No podía evitar el escuchar sus sollozos y lágrimas, era horrible tener que soportar eso en su propia casa. "Vete, no quiero saber nada más de ti. Nunca te quise y nunca te querré de esa manera. Eres alguien demasiado normal, te enfadas conmigo rápidamente y me golpeas... Es imposible que un héroe como yo pueda quererte."
¿Por qué no podía dejar de pensar en palabras cada vez más crueles? Él no era así. Era un país fuerte, una nación envidiable, era enérgico y alegre, por no decir que era alguien demasiado inteligente. ¿Por qué querer a Arthur? ¿Era masoquista? Quizá tan sólo sintiese amor... ¿Amor? Imposible, se supone que el amor debería ser hermoso, lleno de sonrisas, cariño, besos, abrazos interminables... ¿Por qué? ¿Por qué no podía dejar de repetirse aquellas dos palabras una y otra vez?
- Estoy cansado de tus absurdas declaraciones... De tus Scones, de tus insultos, de tus hadas, de tu falsa sonrisa. -Susurró, luchando por mantenerse recto y sin derrarmar una lágrima.- Estoy cansado de que seas amable con los demás, de que grites, de que me digas que soy tu pequeño Al... Estoy cansado de ti, Arthur. -El rubio se dió la vuelta, queriendo volver a su habitación después de todas esas palabras, distantes y frías palabras.
Claro, estaba borracho, eso era todo lo que podía ver el rubio. ¿Por qué aún no había comenzado a ver más allá de las palabras? No podía creer en las suyas si este se dignaba a pasar la mayor parte del tiempo sin creer en nada más que él mismo. No había nada más, no otra cosa que pudiese decir o hacer.
Su orgullo le decía huir de aquel lugar, escaparse y hacer como había hecho el otro rubio, sin embargo el corazón le gritaba y decía que no, que hiciese lo que estaba en su mano, que soñase de nuevo como tantas otras veces, que le observase a sus celestes ojos y sonriera.
Eso hizo, sonrió, se acercó débilmente al hombre que se hallaba tirado en el suelo, lamentándose de él mismo, diciéndole en claras palabras que le odiaba, echándolo indirectamente, luchando por mantenerse como siempre, firme y sin ningún otro sentimiento que el orgullo personificado.
Se tocó los labios y le miró con lástima, le quería, era cierto. – No miento cuando digo que te amo – No lo hacía, ni el estar bebido de más le afectaba en lo más mínimo. Porque tenía experiencia con aquello y desde luego, era aquello lo que quería, le quería a él.
Siempre fue así.
- Siempre has sido mío, siempre me has cegado con tu sonrisa y ahora sin embargo estás aquí, diciéndome lo que siempre soñé. – Susurró y cerró los ojos. Dolía, demasiado, murmurar aquellas palabras y mantener la cordura. – Que me odias, que ya te has cansado de mí – Otra lágrima más cayó, ahora sí sentía un dolor agudo en su pecho. – No puedes deshacerte de mí ahora. – Cansado, se dejó caer en el suelo.
¿Por qué todas las personas que quería se terminaban por ir? Primero fue Francis, al que había querido hasta el extremo de considerarle su amigo más preciado, después pelearon y perdió una vez más en la guerra. Terminó por quedarse solo de nuevo en Europa pero de nuevo alguien más apareció, tan rápido como para su desgracia se fue.
Un chico rubio de ojos celestes, el sol y el cielo en persona. Su salvación más conseguida. La persona más querida.
Todo aquello parecía ahora un sueño, él demasiado cercano, el otro lejos, a su parecer.
-Pero no me iré, no porque pese a tus palabras se que no quieres alejarte de mi – O quizás eran esos sus pensamientos, pero aquello era cierto, no quería quedarse solo, no mucho menos cuando lo tenía tan cerca de nuevo. – Te añoraba – Se acercó, pensativo y sin intentar arrepentirse a medio camino, entrelazando entre sus brazos el cuerpo más grande que el suyo propio, diciéndole al oído cuanto le amaba, otra vez, sin arrepentirse.
Porque no había nada que negar, no para él, no para su pequeño.
- Me quedaré a tu lado Alfred – Siempre aquí, como he estado tantos años aún si no te dabas cuenta y tan solo veías el mundo que te ofrecía el vistazo a tus narices. Ahora estaba ahí, completamente entregado, pese a su estado.
Había rezado muchas veces, había llorado otras cuantas más por verse envuelto en aquel momento, pero ahora era allí donde se encontraba, no había nada más que aquello.
-Te amo – Susurró una vez más, para que no se olvidase de lo cierto en sus palabras.
Alfred no podía decir aquellas palabras que tanto deseaba poder liberar. No podía decir "Te amo" de una manera tan fácil. Ni aunque hubiese sido él el que hubiera estado ebrio habría podido. Se maldijo así mismo. Era la primera vez que odiaba su magnífica persona con todas sus fuerzas, y era culpa del inglés viejo y borracho.
Sintió sus cálidas y sudorosas manos de nuevo aferrándose a él. Volviendo a escuchar ese "Te amo", el que debilitaba de una manera abusiva su propia mente y sus ideales. Esas dos palabras que derrumbaban todo lo que había estado intentando construir, que echaban a perder su fortaleza, su sonrisa y su desmesurada afición por comer hamburguesas. Ahora no podía pensar si quiera en ese manjar.
Se zafó fugazmente de los brazos de Arthur, volviendo a afrontar sus brillantes y verdes ojos inundados por las lágrimas, que parecían brillar en la oscuridad que acechaba aquel estrecho pasillo de su gran casa. Encogió un poco los hombros y aún silencioso, quedó a un solo paso del inglés experto en decir sinceras palabras cuando andaba borracho.
Quería seguir más cosas, él también quería sincerarse... Pero a la vez sabía que si lo hacía, otras distintas y confusas palabras saldrían de sus labios. Cogió las muñecas del rubio y las elevó hacia arriba, colocando sus brazos violentamente en la pared del pasillo. Ya no aguantaba más, el vaso casi lleno había terminado por derramarse, al igual que sus sentimientos.
Sus labios buscaron los de este, haciendo una especial presión en ellos al principio, volviendo el beso algo brusco. Humedeció un poco sus labios con su lengua y convirtió aquello en un beso "francés", introduciendo su lengua rápidamente.
Su paciencia se había acabado. Ladeó su cabeza haciendo el beso más intenso por momentos, jugueteando con la lengua de Arthur deliciosamente. Dejando que la sensación y excitación que le producían ese beso azotara su cuerpo, provocando que delirase. Cerró los ojos fuertemente y ejerció más presión en las muñecas de este, pegando algun que otro resoplido para obtener aire. - 0 Comments
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Sweet Dream.
A veces, cuando me paro a pensar lo solo que me siento a veces y lo bien que me sentiría si lo estuviera otras, de veras no logro comprenderlo. Lo cierto es que no soy alguien al que se le de bien expresarse, de hecho creo que me cuesta más de lo que a una persona normal le cuesta hacerlo. Quiero decir, siempre he estado solo, es a lo único a lo que me veo realmente preparado a afrontar, es lo único que soy capaz de mantener. No quiero sufrir, nunca me ha gustado aquello del dolor, más sin embargo no hice más que recibir unos y otros golpes sin sentido que se agolpaban en mi mente, que me decían que todo estaba bien, pero que al mismo tiempo todo estaba demasiado mal.
Sabía que desde que me había vuelto una persona tan solitaria la gente ya no solía hablarme tanto como antes, que ahora me escondía de las risas, que no quería una sola lágrima sobre mis párpados...Me sentía solo y lo peor de todo aquello era que quizás me gustaba estarlo.
No fue hasta que un día, cuando conocí a una persona de la que nunca me olvidaré ni aún si pasan cien mil años. Sabía, estaba seguro que no me mentía al decir que me había estado buscando a lapsos de su existencia, que me había buscado por cielo y tierra, removido océanos... Pero también era consciente de que al que amaba tanto para mí era alguien inalcanzable, que eramos simple y llanamente como el sol y la luna. Distantes, lejanos...Pero a la vez tan brillantes. Él tenía luz propia, era el mismísimo sol, aquel que iluminaba, que calentaba mis días y yo era la dichosa luna, yo consciente y tímido me lanzaba el manto de hojaplata que había forjado mi olvido y me abrigaba a él, reflejaba la luz de todos los demás, me sentía un poco más vivo pero nunca ese calor se paraba en mi, ni por un segundo.
No era yo quién sentía su calor, no estaba dedicado a mi y cuando menos me lo esperaba y salía a buscarlo, él ya había desaparecido.
También sé que fue el último momento que mis párpados vieron su reflejo, que la luz de los astros ya no colapsaron nunca más en mi, que mi corazón mis ojos y mi vida, había dejado de brillar. Ya no estaba solo, nunca más, no estaba con él, jamás. Pero no podía mirar por mis sentimientos, clamar por mi no soledad, gritar quejoso y desagradecido el brillo y el calor que una vez sentí sin poder darme el lujo de sentirlo.Miraba al cielo, era uno de esos días en los que no se espera que el sol salga, en el que lo ves todo nublado por espesas capas de niebla y oscuridad. Se había ido, había marchado hacia un lugar en el que yo no era capaz de observar nada, un lugar tan brillante que mi mente distorsionaba. Una realidad que dificilmente podía aceptar.
El país de la Libertad. América.- 0 Comments
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It's a Jersey Thing.
- Creek con Kasu.
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Oscuridad. Al cerrar los ojos era lo único que podías ver, con la esperanza de que alguna luz cegadora diese paso a una bella vista o a un hermoso paisaje. Al abrir los ojos lo único que se encontró fue un pasillo. Blanco, puro, sin nada que le hiciese temer o echarse atrás, sin nada que le hiciese volvese cobarde por unos efímeros segundos. Parpadeó, y al hacerlo un líquido marron goteaba de las paredes. Torció la mandíbula, notando como su pecho vibraba y sus pies se movían solos por todo aquel pasillo. De nuevo sus pestañas y parpados se movieron, temblando hacia debajo y al hacerlo sus pasos se escucharon más fuertes y pesados sobre el suelo. Miró sus pies y levantó la mirada, encontrándose con varios relojes. Era curioso, jamás había estado en un lugar así, era increible y algo irreal a la vez. Volvió a parpadear, estando ya cerca de uno de estos relojes, sintiendo como una de sus manos se elevaba ella misma, siendo practicamente arrastrado hacia el interior de uno de sus relojes. Todo se volvió oscuro, pero esta vez se pudo oír un grito más que conocido en sus oídos. De repente, ya no existía nada de esa pureza a su alrededor. Miró sus manos, temblorosas como ellas mismas, llenas de sangre. A sus pies un cadaver, asesinado de la peor manera posible, descuartizado, envuelto por litros de sangre. Miró a su alrededor, un sudor frío recorrió su cuerpo de arriba abajo. La calle estaba desierta, exceptuando un pequeño kiosko de la esquina, que hasta en los días festivos abría. Corrió, pero todo se iba haciendo más enorme a su alrededor, más inmenso y vacío. Sus nublados ojos divisaron una silueta a lo lejos, alguien de cabellos rubios que ni siquiera se esforzaba en dirigir la mirada hacia él, que gritaba y gritaba sin poder oír su voz. Aquella silueta era conocida, aquellos movimientos lo eran, mas ahora parecía ser todo una farsa, una burda mentira.
Había despertado rápidamente de una realidad ficticia, de un sueño que no lo era, pero una vida imaginada. Siempre en toda su vida, había estado pensando en la importancia de los defectuosos sueños, en las oportunidades que puede ofrecer el elegir algo o no hacerlo. Tu vida, realmente se basa en un juego -Pensaba- Evitando aquel hecho en el que a veces parecía recobrar algo de sentido para al momento no tenerlo de nuevo.
En si, la vida era pensamientos de un niño de ocho años con la debilidad de escoger entre un helado de menta o uno de limón. Ese niño siempre iba a la misma heladería, observaba ambos sabores durante un buen rato y antes de decidirse guardaba aquellos cincuenta peniques y volvía a su casa con las manos vacías.
Aquel mismo niño era el que se encontraba de pie, siendo apresado por las fuertes manos de un padre con miedo, comenzando a correr y dejando estas atrás para alcanzar a su tan amada madre que se iba de su lado. En la cabeza del niño, una imagen mental de él alcanzando la desesperada mano de su madre y consiguiendo finalmente quedarse junto a ella se dibujaba, pero en otro lugar, una imagen de él perdiendo uno de sus zapatos mientras la alcanzaba quedando atrás y viendo el tren partir mientras su desesperado y asustado padre se acercaba era otra.
Así es como era, un niño de ocho años puede escoger, pero si no lo hace puede imaginar qué hubiera pasado. Porque aquello era como ser dios, producir en tu imaginación o qué sabe qué el producto de las consecuencias elocuentes que habría ocasionado el elegir o no tales cosas o actos.
En una de ellas, Un niño de sombrero azul con una pequeña bola amarilla que lo coronaba como tal montaña con su cumbre, miraba sus manos aterrados. Sus cabellos eran negros, la sangre que quizás pudiera ser el producto de tan macabra situación corría calle abajo, y él...Él continuaba parado observando con sus verdes ojos las posibles vidas de un niño de ocho años que no consigue decidirse entre un helado de menta o limón.
Finalmente dejó caer sus rodillas sobre el áspero y frío pavimento, tapando su cara con sus propias manos ensangrentadas, cayendo de nuevo en la oscuridad. Parpadeó y se vió así mismo entrando en otro de aquellos relojes. Sintió un golpe en la sien. Nadie se había atrevido antes a golpearlo sin acabar mal de la cabeza o en encarcelado en un manicomio. Sintió como presionaban su cabeza, como, personas desconocidas, hacían que sus ojos lloriqueasen de dolor. Intentó elevar la mirada, mas le fue imposible. Escuchó unas tenebrosas sonrisas, miles de torturas y formas de asesinar a alguien, despiadadas, llevando el adjetivo "Hijo de puta" después.
¿Qué era aquella sensación? Sintió como su corazón se encogía, como por unos momentos dejaba de latir al ver como un pequeño marco de fotos caía al suelo y se partía en mil pedazos. Uno de ellos se estampó en su cara, inevitablemente arañándola así. Después moriría.
Rodó los ojos, sus pupilas se dilataron y aquel sudor volvió a inundar cada parte de su cuerpo. La leve luz de las farolas de la calle atravesaba los cristales de su ventana, impactando con el de aquel marco de fotos. Perfectamente se sabía que en aquella foto sólo estaban dos personas, uno de ellos llevaba un gorro y portaba una expresión de mal gusto, fingida pero alegre. De la otra persona sólo se veían unos mechones de pelo y una camisa desabotonada.
"Moriré." Pensó, para después escuchar como alguien aprietaba el gatillo, optando por una de las fáciles soluciones. Cerró los ojos y esperó, un ruido sordo era todo lo que pudo haber oído.
Sonrió, El miedo era una sensación maravillosa, absolutamente demente, culminante el momento en el que los ojos de tu rival, de la persona que odias, de la que amas, a la que le debes la vida, de tu amigo de toda la vida o simplemente de una persona que no conoces, que nunca lo has hecho pero en el fondo finges conocer se parte en mil pedazos, justo como un cristal.
Cuando una simple vida parece un retazo de estúpida humanidad, la cual cargada de odio, demencial y estúpida carga con el peso de una historia que ni el más antiguo de los hombres ha podido cumplir plena y enteramente. Cuando realmente crees que aquel es el final, que está agotado, que aquella sensación es la dejadez de sentirte a ti mismo no queriendo hacer algo pero haciéndolo por simple obligación. Cuando la tuerca del destino se ve tan malditamente apretada que todo parece una estúpida coincidencia.
Pero no existen tales hecho, no por escogerlos o por limitarte a vivirlos, simplemente no hay algo en la mente humana lógica y moral que no se pueda alimentar de las burdas mentiras que cala el ánimo de personas que verdaderamente su vida son ratazos de sueños rotos convertidos en memorias deshechas por el tiempo.
Como un hilo de una bufanda, de tu bufanda favorita, la que más amas de todas, la que más calor te da cuando está ahí, enroscada puramente en tu cuello como si no ocurriese más acto que aquel simple. Una prenda cubriendo carne pálida de muerto. Pero entonces te das cuenta que aquella bufanda es de una mala tela, que todos los años no has hecho más que ocasionar aquel fatídico día en el que finalmente todos los hilos se encuentren esparcidos por el suelo y tú llores.
Inevitablemente, como si por cada lágrima un pedazo de vida escapase de ellas. Un sonido sordo, demasiado grotesco para caracterizarse de tal, sonó por todo el lugar. Los sesos de alguien manchaban el puro suelo cubierto de esponjosa y fría nieve.
Veías esos ojos, pero el rostro que finges conocer se parte en mil pedazos.
¿Aquello era el fin? ¿No había nada más que hacer? ¿Qué sería de él de ahora en adelante? ¿Alguien que dejó escapar su vida sin ser nadie y murió siendo nadie? Preguntas, eso era todo lo que podía pensar. Ni siquiera creía estar pensando aún, después de todo, una vez muerto ya no podías seguir siendo una persona.
Quedabas como el más mísero recuerdo en lo que fue unavida. El más allá no existía, ni el cielo ni el infierno, ni siquiera Satan al que una vez creyó ver.
Sintió como el aire se escapaba de sus pulmones. Elevó las manos y tocó una madera áspera. Sin poder creerlo se removió débilmente. Estaba encerrado en a saber Dios que. Movió las manos de un lado a otro y lo único que pudo seguir tocando fue aquella madera helada. Su pecho comenzó a vibrar, a elevarse y bajar de una manera más y más rápida. Como si la experiencia más normal que jamás habia vivido escuchó de nuevo unas risas, esta vez más animadas.
"Al fin, ¡al fin podremos bailar sobre la tumba de Craig!" "¡Ese jodido gilipollas la palmó!" "¡Nadie volverá a quitarme el desayuno de las mañanas, yay!" ¿Craig? ¿Quién era ese? ¿Acaso se referían a él? Él no estaba muerto, ni siquiera se podía considerar un espiritu pues sentía y respiraba dentro de aquel trozo de madera. "¡Agh! ¡P-por fin!" Escuchó esa voz otra vez, no podía estar alegrandose de que él estuviese muerto. No lo estaba. Gritó, golpeó con la mayor fuerza de sus manos, pero su ataud estaba más que enterrado. Profundamente. El aire ya no llegaba a sus pulmones y mucho menos podía notar un ápice de calor en su cuerpo, sólo el roce que provocaban los gusanos colándose en ese traje de chaqueta que jamás se había puesto.
Aquello era como ver desde una panorama que jamás hubieses o deberías haber pensado harías, como observar desde unos ojos que dichosamente no eran tuyos o simplemente notarlos hervir frente a estos como almas de simples mortales condenados a la penumbra tras un acto de semejante locura y desesperación. Los latidos sonaban y él podía escucharlos. Latir, latir...Como si toda una vida estuviera dedicada a ella.
Algo fallaba, cerró los ojos. Hierve, duele, escuece...Maldito. Los luceros verdes lucían como el pasto recién lloviznado, como la discolada pasión de dos amantes bajo un hermoso olivo de flores grises y frutos puntiagudos. Cuchillos. La lluvia espeluznante de millones de disparos siendo tirados unos tras otros en linea recta como si la desesperación jugara con los sentimientos de una persona que nunca tuvo la suficiente cuerda como para hacer andar a uno de esos pequeños coches de carreras con manecillas plastificadas y milagrosas que duraban dependiendo del esfuerzo puesto en el giro.
Cuestión de muñecas. Era un juego después de todo, debía tener una especie de truco, como un R2 Círculo triángulo que sirviese para ejecutar el versus mod y conseguir finalmente todas las misiones sin tener que librar guerra con medio mundo. Saltaba, dios sabe quién fuese estaba saltando en un tablón de madera cubierto de flores y pese a la dedicación de aquel salto y la alegría que transmitía, aquella persona lloraba.
Era obvio pues pequeñas gotas que no eran nada, escapaban como mortalizadas en aquel momento de sus ojos, evadiendo las respuestas anhelantes de una vida sin más que realidades o realidades expuestas al factor al cuadrado en una fracción demasiado compleja.
Como hallar el valor inestimable de Pi.
- Te amo - No era cierto, siquiera sus oídos podían escucharlo verdaderamente, aquel grito se volvió susurro y el susurro se olvidó. - Por fin - Acreditaba, ahora sus ojos veían tres niños, demasiados felices felicitando sus fingidos rostros de empatía en un cementerio. Descansen los muertos, los vivos... Continuen viviendo.
Lo último no era un reloj, en absoluto. Al final de pasillo yacía una puerta oculta entre el blanco recubrimiento puro de la estancia. La puerta estaba abierta, por lo cual sube que se trataba de una o de lo contrarío, aseguro que siquiera me hubiera dado cuenta de la importancia diminuta e inexistente de aquel acto. Entré, ya saben, pues el humano es un ser curioso, al cual le aplasta la intriga con el peso de la inevitable verdad. Jamás se me hubiera ocurrido tal patraña, yacía mi cuerpo con más vida que nunca cubriendo con una de sus manos un rostro ajeno, unos cabellos rubios retumbaban en mis retinas ocasionando aquella luz casi invisible. Allí me encontraba yo, mis cabellos negro estaban despeinados y él, mi amigo o lo que yo creí hubo sido, yacía inconsciente, sin vida aparente, con los labios entre abiertos...Y eso era todo. Él, quien no supo valorar su vida, quien no se molestaba en tratarlo de una manera especial... Craig, quien ahora lo tenía en sis brazos, quien sujetaba su helado cuerpo, muerto de una manera u otra. Apretó los labios, quizá todo estaba pasando tan rápido. Quizá sólo eran imaginaciones suyas, quizá sólo una broma, pero Tweek no se movía. Ni un poco. Por más que lo zarandeaba no reaccionaba. Susurró su nombre varias veces, alzando el tono de voz en cada bocanada de aire.
Parpadeó, y cuando volvió a abrir los ojos el rubio comenzó a moverse rápidamente, como si combulsionase. ¿Eso era una buena señal? ¡Nunca había visto morir a nadie! Continuó zarandeandolo más fuertemente, gritando cada vez con mas desesperación su nombre, dejando escapar lágrimas de agonía por sus ojos.
- Hah... hah... -Levantó fugazmente su cuerpo, quedando sentado sobre el mullido colchón de la cama, notando la suavidad de las sábanas. Todo había sido un maldito sueño.
Finalmente, tras el último suspiro de la última de sus posibles vidas como humano, aquella había sido la que finalmente cerró el círculo de lo alocado e inmoral. El susurro de varias voces inundó su cabeza, más sin embargo tan solo cerró los ojos, como si no fuera con él. Aquello terminó de molestarle.
En una de sus vidas era un simple pasajero, no quería, no estaba contento con vivir aquel retazo de sueño de aquella manera, por lo cual intentó algo alocado, no lográndolo, muriendo casi en el instante. El siguiente sueño no fue más de lo mismo y siquiera sabía si llamarlo de verdad sueño o no hacerlo. En una de estas se volvió tan loco que despertaba cada mañana con un calcetin negro y otro blanco, obviando el pequeño detalle que cada día intercambiasen colores entre si.
Aquello no era malo, simplemente no todo lo posible entre una vida de oportunidades en las que tienes que escoger o morir en el intento. Finalmente siempre fue igual, pero a su edad y varios inútiles, azorados y desgastados intentos, dándose cuenta de lo inútil de sus acciones, finalmente esbozó un tímido sonrojo al aire de una persona inexistente, hacia aquel vaho que no sabes de dónde proviene pero en el cual pintas con tus dedos en una mañana fría de Diciembre.
Fue cuando finalmente al darse cuenta de los hecho, de su inevitablemente muerte, lamentable y casi esperada del todo, se había dado de tal situación que había dejado a todo su gobierno interno sin idea alguna. Aquel niño de ocho años aún estaba indeciso, la vida se escapaba por momentos.
Entonces suspiró, susurró a la mujer frente a él algo que siquiera él mismo había escuchado, absurdo e irracional. Se dio la vuelta, algo sujetaba con su mano. Vio a aquel niño, hacía el rostro que fingía conocer y que en el fondo, muy hacia sus adentros, sabía que hacía sonreir.
-Te decidiste - Dijo él, esbozando en su infantil y casto rostro una sonrisas, sus cabellos rozaron por un momento la pequeña nariz. Yo hice un amago, él se acercó algo más a mi - Café - Lamió, lo que a mis años aún no sé concordar, un helado de color castaño. Mi mente retrocedió y entonces parecí comprender.
Sus labios rozaron los míos, sujeto mis manos y se acercó algo más a mi, al rato separándose, di otro pequeño mordisco a mi dulce helado. - Fría, tu nariz - Como siempre supuse, mis manos por el contrarío aún se encontraban cálidas, en mi mente carmesí.
Fin.
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Es suficiente.
Dame la mano y movámonos. Vivamos como queramos, lejos, donde nadie nos conozca ni nos encuentre. Vivamos en la montaña, en medio de la nada. Hagamos un pequeño nido de amor donde no quepa más que tú y yo. De repente chasquea los dedos delante de mi cara y automáticamente subo la vista, cerrando los puños de golpe, dejándome llevar por mis ideas, tan diferentes a las que pude haber tenido hace tres puto días.
– ¡Contéstame joder! – Me suplica de pronto. Abro los ojos al distinguir con la repentina claridad su rostro, que muestra una mueca angustiosa y su voz, ahogada describe lo que siente ahora. Un miedo que le mata. Desvía la vista y se lleva las manos a la cara, hundiéndose en ellas mientras suelta rugidos ahogados. – Dios mío… - Le oigo murmurar entre sus dedos. No sé que hacer, me contagia su miedo. No aparto la mirada de él, creyendo imposible el hacerlo. Mis pensamientos acerca de la huida me parecen horribles al momento. Atroces, imposibles, utópicos. – Me pierdo Alfred, me estoy perdiendo. No consigo mantenerme a flote, - me mira – Ayúdame. – Me suplica. Solo se me ocurre una cosa. Le abrazo al instante.
No puedo hablar, es mejor no hacerlo, solo le abrazo. Y lo hago con fuerza para que sepa que estoy aquí, para que sepa que no voy a abandonarle. Para darle confianza, una confianza que me hace temblar. Me siento sobre pilares que parecen de roble pero que en realidad son de barro, desde que llueve un poco se humedecen y se deforman haciéndome caer con ellos. Sí, le abrazo con todas mis fuerzas, clavando mi cabeza en su hombro, haciéndole mío de otra manera. De una manera más profunda, más allá de la carnal.
- Arthur no me hagas esto. – Le suplico con los ojos fuertemente cerrados. La realidad vuelve a golpearnos. Vuelve a hacernos infelices, a hacernos dudar, a torturarnos con inseguridades, con miedos que nos roen por dentro y nos hace sangrar heridas que hemos reabierto. Heridas que obligamos a cerrar en su momento. Es así como nos sentimos, es así como me siento yo, como se siente él. Me siento mal de pronto, me siento mal por romper su pilar que a veces me parecía de acero. Me siento tan mal de pronto que incluso deseo borrar todo lo que ha pasado, olvidarlo, volver al principio solo para verle sonreír, solo para verle burlándose de todo, para verle sereno e inmutable. Esto es lo peor, lo peor porque nos hundimos juntos. Lo peor porque me hace pensar que lo mejor es separarnos, aunque no desee hacerlo. No, no quiero hacerlo. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo ayudarte? ¿Cómo puedo ofrecerte un hombro que no existe?
- No quiero perderte. – Le oigo decirme desde mi hombro mientras siento sus manos clavándose a mi espalda. – Quiero tenerte, quiero estar contigo. Siempre… - Sus labios rozan mi cuello y comienza a besármelo. Me separo al instante, recibiendo una descarga que me devuelve la poca fuerza que tengo. Le agarro fuertemente la cara y choco mi frente con la suya. Nuestras respiraciones se chocan ahora y siento una lágrima ajena mojar una de mis manos. – No hay lugar para nosotros en un mundo como este. – Murmura con voz ahogada.
- Cállate. – Le suplico con tono autoritario. Gime y le siento tragar saliva. - ¿Por qué dudas ahora? – pregunto confuso - ¿Por qué me animaste a esto si ahora caes conmigo? – Le siento negar con la cabeza.
- No aguantaba más. – Absorbe por la nariz. – No podía dejar de sentirme aplastado, estoy quemado por todo esto. No he conseguido curarme nunca, estoy cansado. Solo quería… no lo sé joder… no lo sé. – Le acaricio la cara con las manos y al oírle, me atrevo a decirle lo que pienso, me atrevo a proponerle algo que me tienta y que a la vez, me parece absurdo.
- Huyamos. – Digo solamente. Le oigo reírse y a la misma vez llorar. Se aparta al momento, deshaciendo mis manos. Se seca la cara con rapidez y coge aire.
- No digas gilipolleces. – Contesta a mi proposición. Su voz suena firme y me convence de que sí, es una gilipollez. Un cuento de hadas para niños soñadores. Esto no es un cuento de hadas, y nosotros no somos niños soñadores. Puede que ese sea su problema, puede que sea el problema de ambos. Que no soñamos ni nos dejamos soñar.
- ¿Qué somos? – Le pregunto. Me mira y frunce el ceño, ya de vuelta en sí. – Tú y yo… ¿qué hacemos? ¿Qué es esto? ¿Instinto? ¿Locura? ¿Masoquismo? – Sí, eso debe de ser. Somos un par de masoquistas, no solo por el hecho de huir de la verdad sino también por el hecho de aceptarla. Las dos bandas nos hacen daño y no nos queremos apartar de ninguna. ¿No es cierto Arthur? ¿Eh, hermano?
- Desgraciados. – Me responde con voz lenta, bajando la vista y alcanzando mi mano sobre la arena. La acaricia con sus dedos largos con suavidad. – Desgraciados que elijan lo que elijan, no van a dejar de serlo. – Nuestras miradas se encuentran, sus ojos brillan lagrimosos y sus labios, húmedos por unas lágrimas traicioneras, me dicen: - Finjamos. – Parpadeo con lentitud y suspiro, desviando la vista al mar. Sintiendo su tacto, su pequeño gesto, de nuevo gratificante. Así están nuestras mentes, confusas, bipolares, de repente al sí, de repente al no… y afecta a nuestras emociones, a veces fuertes, otras débiles.
Dejándonos llevar por los sentimientos del momento lo vamos a pasar mal, pero no se lo digo porque de nuevo está bien. De nuevo parece ver luz en este túnel tan largo, oscuro y sin salida. Suspiro, aliviado. Él sigue con su proposición, descartando absolutamente la mía. – Guardemos las distancias en público, seamos bloques de cemento a la vista de todos, seamos así en silencio. Dentro de cuatro paredes, donde nadie nos vea. –
Vuelve a pasarse una mano por la cara, llenándosela con un poco de arena y desviando la vista al frente, al horizonte iluminado, rompe el contacto físico y visual conmigo. Me limito a imitarle, a mirar al frente. A asentir en silencio, resentido, sin ver más opción que esa. Al menos me quiere mantener a su lado. Es suficiente para mí.- 0 Comments
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Me gustaría...
- No...Sabría que decir si no fuese de aquella manera. No tengo la confianza ni tampoco la autoestima para decir que no me pasa nada. Porque simplemente, ni yo mismo puedo creer en eso. Me siento tremendamente solo, no puedo forjar alianzas con nadie y es eso. Pero está bien ¿Verdad? He pasado todos estos siglos yo solo, he combatido, he salido herido muchas veces. Estoy acostumbrado a caer y rasgarme las rodillas. Puedo seguir como todos estos años, permaneceré al frente, me mantendré firme y con la cabeza elevada. Aún si desde aquel día, la lluvia ruidosa y húmeda no se ha borrado de mi cabeza.
Pues actualizo ahora, al fin algo productivo, o eso creo.
He pasado casi cuatro días alejado del mundo, así que ahora que el mundo está alejado de mi esto más que satisfecho y tranquilo. Por otra parte no, claro está. Porque sé que no puedo estar sin una personita que llena de luz mis días más oscuros.
Pero a ratos, no todo es tan sencillo y aún si nada hay de mi.
Las dudas, a mi pesar, siguen nublando sus sentidos.
Dejando aquello de lado, he pasado los tres días más...Animados por decirlo de alguna manera de mi vida. Porque a cada rato veía a un negro o a un inválido caminando por la calle. Bueno, caminar... xD.
Me gustó especialmente un espectáculo en una fuente de colores. La cual se movía -El agua- Al ritmo de la música. También decir que odio a un catalán más que a un pelirrojo.
Para mi desgracia, también, justo fui de vacaciones a Bcn el día de la Diada de l'Onze de Setembre.
Se supone que es el día de Cataluña y que por eso hay banderas catalanas por doquier.
Me gustaría pensar que todo estuvo bien durante mi viaje, pero no puedo hacerme a la idea, sin mi punto de vista. De que mis amigos me echasen tanto de menos.
Pero si bueno, soy solo alguien más, no soy nadie especial para nada. Eso me hace querer plantearme algunas cosas.
Igualmente Cataluña será un lugar que pocas veces voy a visitar y no porque no pueda, más que nada porque aborrezco el orgullo Catalán con todas las letras. Después de todo el año que viene, me espera un crucero... ¿Soy afortunado? Nada, nada...Solo un poco. Estaré toda una semana fuera, para ese entonces, podré hacer algo de mejor provecho.
Entonces, me despediré con esto.
Han sido, sin duda alguna, unas geniales vacaciones. - 0 Comments
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Royal máxima potencia.
Ayer, domingo día cinco de Septiembre, aprovechando que recién ya se acaba las vacaciones fuimos al hotel donde trabaja la madre de uno de nuestros amigos.Fue un día genial, de hecho me lo pasé tremendamente bien y comiendo mucho, sobre todo, por supuesto viendo a mis queridos niños shotas rubios. De hecho, aún recuerdo a dos chicos rubios que eran hermanos y se le veían muy cercanos -Baba-
De cualquier manera, me quemé la cara y los hombros. Será que el estar tan blanco no es algo que no se note. En fin, olvidad eso último que no tiene sentido. La cosa es que fue un día condenadamente genial. TODO GRATIS.
Con eso no digo nada y lo digo todo.
Ya veis.
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Lo tan esperado.
Pues me faltaba, realmente... Actualizar sobre como fue toda la wea de la quedada en la cual, nos dejaron todos tirados y solo acudió Law. Cosa que realmente, fue un alivio. Ese chico es un random con el que siempre tengo conversaciones tan chorras que puah... Pero su próximo proyecto es meterse al WoW, conmigo. Estoy formando una secta, ya veis.
La cosa es que le conocimos y bueno, un amable chico, sin duda. Estuve con mi amada. -Veasefotocofcofgordodeaméricacofcof- todo todito el condenado día. Me lo pasé genialmente bien, fue awesome, sin embargo, mis pies no opinaron lo mismo.
Ahí queda eso, hay que repetir, eso sí.
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You are a Pirate!
Hoy hemos ido al Bahia Zuh. Algo productivo que pues ciertamente, tenía ganas de cambiar de aires. Damos tantas vueltas que mis pies aún tienen vida propia y gritan solos. Fuimos cuatro; Dos random y mi Kasumi and Orezama.
Compré esta preciosísima camiseta que desde luego, se merece un planchado la pobrecilla. Me ha gustado en especial la parte en la que entramos en el Corte Inglés y vimos una repisa llena de camisetas todas de un color completamente liso, perfectísimamente bien alineadas y, una tras otra por orden de color. -Exagera.- Desde luego, abrí bien los ojos, miré a Kasu, ella me miró a mi y gritamos al unisono como los dos freaks que somos. "Simétricoooo♥~" -Copypaste-.
Luego de eso, no mucho. Estuvimos a punto de comer en el Burguer King Pero no lo hicimos.
Entramos en una tienda super divina de la muerte. Desde luego, yo me probé unas preciosas orejas de conejo negras. A lo que uno de los random dijo que era un gato. -Facepalm-. También algo probechoso que estuveapuntodehurtar.Compré, con Kasumi.
Nos lo compramos a conjunto. Ella tiene la que venía con la hambargah que eran unas patatas fritas. Y también una galleta♥, que venía junto al trozo de tarta.
Ah sí, hubo algo que no dejé de taladrear en los oídos de Kasumi...
Cosa♥- 1 Comment
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Réquiem.
El peso de sus propias piernas se hizo insoportable y bruscamente dejó caer sobre la verde hierba,hincando sus rodillas en el frío césped. Elevó levemente su rostro al cielo y en el busco una explicación,como ya venia haciendo desde hacía más de dos años. Por que si el y solo el era el que debería estar en aquella lapida encerrado,pudriéndose,no ocupaba ese lugar. Estaba profundamente triste,y aún sintiendo que la vida se le iba por momentos,aun pensando que nada seria igual no podía hacer nada mas que mantener aquellos pensamientos. Sus ojos escocían,no se contuvo durante mucho tiempo mas. Lágrimas inundaron su rostro.Tan solo gritos inaudibles,quejos molestos e infantiles se escapaban de sus labios.Quería poder mantener todo lo que tenía hacía tiempo con alguna de esas ilusiones que podía hacer vivir a una persona,más sin embargo eso era más que imposible,él no era un ilusionista. No había forma de que lo fuese. Completamente perdido en una extraña pesadilla,así era como se sentía. Profundamente perdido,sin ninguna salida.Se talló los ojos suspirando,hipando por todo lo que lloraba,aún miraba al cielo y sin embargo nadie había contestado a su pregunta.De repente,sintió una mano sobre su hombro y una voz conocida resonó en el lugar. Impresionado,aún con las mejillas húmedas giró el rostro y gran fue su sorpresa al encontrar a la persona dueña de dicha voz.-Dejando un poco de lado todo esto... Hoy ha sido un día productivo, dentro de lo que cabe.Me he despertado temprano. Teniendo en cuenta a la hora que me despierto siempre pues es temprano el abrir los ojos tal Drácula a eso de las una de la tarde. Incluso mi hermana me felicitó y eso, es un logro para mí.
Después de aquello, hice el amago de ponerme a leer un libro que se llama "Va de cuentos" y que en realidad, es bastante interesante. Amago fue porque a los cinco minutos, tiempo que desempeñé en colocarme las gafas y estirarme otro poco, entró mi santísima madre a decir que nuestra habitación -Mía y de mi hermana- Era una pocilga y que aver si la limpiábamos de una dichosa vez. Cosa que hicimos al instante, porque mi madre cuando se enfada...Sinceramente da miedo.
Limpiamos y blah blah. Luego de eso, me puse un rato en mi preciada tercera vida. World of warcraft. -Que enfermizo suena.. xD- ¡Me cree un pícaro! Es condenadamente difícil utilizar a un pícaro en Bg. Porque mientras estás en sigilo no puedes hacer nada y más vale que te alejes de los terrenales que te quitan sigilo y como te pillen, te vas al orto. Pero bueno, el pícaro tiene una habilidad que se llama "Esfumarse" Que es muy bastante útil cuando realmente estás en apuros.
No hice mucho más, a parte de estar casi una hora en Valle de Alterac evadiendo Alianzas.
Aún...Me queda un largo día por delante.- 2 Comments
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Un largo sueño.
Soltó un suspiro. Estaba tranquilo, profundamente ensimismado en los ojos que se hayaban justo al otro lado del gran campo de césped verde. No sonreía, porque ese hombre al que miraba pocas veces solía hacerlo. Pero si que le enviaba, aún si no se daba cuenta, una profunda y cálida mirada de amor. Su corazón estaba cargado de confusos sentimientos dirigidos hacia el rubio de ojos azulinos.
Siempre había sido así, de alguna manera. Cuando vivía en la casa del bondadoso pero estricto Austria, lo días era tan monotonos que parecían hecho a ordenador con un cutre programa de informática. Sin embargo, algo o mejor aún dicho, alguien, hizo de esos días unos alegres y diferentes momentos. Empezó así, cuando de casualidad un día limpiaba los trastos viejos del desván de aquel señor. No le importaba limpiar y de hecho, sabía que no era una tarea tan dura como cualquier otra que su lejano hermano pudiera estar desempeñando. Limpiaba gustoso, hasta que entonces, encontró a un chico sentado sobre el frío suelo, este, portaba una hermosa capa de seda negra y sus cabellos rubios hacían brillar los ojos celestes que yacian justo debajos de los mechones dorados.
No dio importancia a nada de lo que estuviera haciendo, salió inmediatamente de aquel lugar. Tampoco quería molestar y por aquella razón dejó dicha zona sin limpiar. Grata fue la sorpresa de que aquel pequeño detalle no había hecho ni pizca de gracia al señor de la casa que con maldad y para nada de remordimientos pisó su verde vestido con sus botas enegrecidas por el tiempo. No lloró, solo quizás...un poco.
El señor Austria le dijo que aquel chico era el santisimo Sacro imperio romano, que le dedicase algunos rezos para que se volviese una nación muy fuerte. Fue cuando comenzó a repentinamente hablar con él que se dió cuenta de lo tímido que era para ser alguien tan poderoso. Aquello le causo gracia, también aprecio y sobre todos los sentimientos uno más fugaz y efímero que no sabía a qué se debía ni tampoco, como se hacía llamar.Le dedicó a Sacro imperio sus mejores sonrisas, sus mejores dibujos y también algún que otro rezo. Pasó algun tiempo, no demasiado y por saberlo no se entristeció. El hermano España ya le había dicho cuán duro era ser un país, él mismo lo había contemplado en sus propias carnes. Sin embargo, no estuvo seguro del todo hasta que aquel chico, fue arrancado de sus brazos, se armó de una pesada espada y partió a luchar, por una causa tan idiota como lo era la alianza.
Estúpidos, estúpidos. Pensó. Solo un beso de despedida le dio. Él le ofreció su escoba, no un regalo tan bonito, como lo fue aquel roce de labios, pero algo que siempre desde que lo conoció, había estado con él.
Sacro Imperio era su persona más querida, a la que más añoraba... Después de todo, a la que amaba por encima de todas las cosas.
Así pasaron los siglos. El quince, dieciseis, diecisiete...Pero aquel muchacho del que una vez se enamoró –Pensaba- no había aparecido más. “Mentiroso” Retumbó en su cabeza. Una vez le prometió regresar, más sin embargo, jamás lo hizo. Por aquello mismo, se dedicó a ver pasar el tiempo tras la ventana cristalina que separaba su habitación del resto del mundo. Se estaba genial en aquel lugar, todo lucia siempre sin cambiar, con las mismas personas, la decoración que se mantenía intacta desde el primer momento.
Esperando por él...Esperando por la misma persona durante tiempo.
- - ¡Italia! Nunca me haces caso y terminas por dormirte en los entrenamientos...¿Italia?.-
Azul. Una luz cegadora inundó sus ojos y de repente, oscuridad. Recordaba aquel momento, estaba escondido de las fuerzas enemigas. Estaba aterrado, la guerra daba miedo. Todo dolía aún demasiado en su interior. De la nada escuchó pasos, pasos que le decian levemente que alguien se acercaba. Se hizo más menudo aún, se encogió todo lo que pudo y cuando a penas se sintió descubierto, habló.
- - ¡Uaaah! ¿Qué ganas con ver mis entrañas!? Soy el hada de los tomates no hay nada que pueda satisfacerte.-Es cierto, huía de aquella persona. El descendiente de la Gran Germania. Nada más ni nada menos que Alemania. Estaba aterrado, miedo, miedo. Tenía miedo de ser atacado por aquella persona aterradora. Sin embargo, tras sus ruegos lamentables, sintió de igual manera como la caja, donde se escondia, era abierta. Lo primero que vio...El cielo.
- - ¿S-Sacro Imperio? – Susurró, parpadeó varias veces. Un chico se reflejó al otro lado de sus párpados. Le sonreía fugazmente, le dedicaba una hermosa sonrisa. Ofrecía su menuda mano huesuda. Se veía feliz.
- - ¡Maldición Italia! – Oh, ya lo recordaba. Había acudido para entrenar la nueva tactica con el Alemán, se impresionó. Si quiera recordaba el momento en el que se había quedado dormido. – ¿Estás bien? – No se hacía raro verle parado ahí sin decir otra cosa que no fuera el nombre de su nación. Vagueó, la vista le hizo una mala jugada. De nuevo, oscuridad.
- - ¡Italia!.-
Dolía. No su cuerpo, su corazón dolía. Tanto que parecía quebrarse. Los países no tienen corazón. Los países estaban destinados a cumplir las normas que le eran impuestas solo para protegerse de los enemigos, solo para sentirse completamente a salvo de la gente ajena a su pueblo. Pero, los países también podían amar. Él mismo se enamoró una vez. Hace mucho tiempo.
- - Uah, esas estrellas son tan lindas. – Admiraba un pequeño, el hermoso cielo que contemplaban sus ojos. Estaba oscuro, sin embargo, todo brillaba ahí arriba. Sintió alguien acercarse, pero se sentía cálido, tanto que estaba seguro con tan solo aquel extraño sentimiento de quien era aquella presencia. - ¿Qué haces?.- Y como sabía también, su cálida y aniñada voz no se hizo esperar. – Miro las estrellas. – Susurró él. Siempre en la historia de Italia habían grandes historiadores del cielo que conseguian muchas acreditaciones. - ¿Te gusta? – Era obvio, él era un buen Italiano. – ¡Me encanta!...Porque son lindas. – El cielo oscuro era realmente poderoso, desde aquel lugar aquellos astros se veían realmente bien. –¡ Si le pides un deseo a una estrella fugaz se hará realidad! – Era genial, el cielo tenía miles y miles de secretos. – Solo los niños creen eso. – Es cierto, ellos eran niños en ese entonces. No estaba mal creer de vez en cuando.
Se sentía cálido en aquel lugar, algo tapaba su cuerpo con mantas de terciopelo. Pudo aclarar su visión, aquel rubio estaba justo a un lado de la cama en la que yacía postrado. Una vez, no hace mucho...Pudo sentir el tipo de calidez que se apoya tiernamente en el pecho y a penas te deja respirar. Asfixiante...Doloroso.
- - Eh...Alemania. – Suspiró. Entornó los ojos de una manera en la que la visión de los celestes ojos del Aleman se veían perfectamente bien. - ¿Cuándo te enamoraste por primera vez? – Pareció sorprenderse por la tan repentina pregunta, sin embargo el Italiano se mantuvo firme, esperando una respuesta. – Realmente no puedo recordar nada del pasado... – Vaya...¿No se daba cuenta a caso de.. - ¿Qué hay de tí? – Lo importante que era...? – Yo...- Realmente, francamente... .Sus ojos son exactamente del mismo color de los de aquel chico...Quizás algo más oscuros.
- - Recuerdo todo. No he olvidado nada. – Ser así era doloroso. No podía olvidar los momentos dolorosos, no podía deshecharlos simplemente como si fueran basura. Tenía que permanecer con ellos. – Tengo miedo de olvidar.-Realmente...Tenía miedo de desaparecer.
- - Vamos, no digas bobadas. – Ahora veía la culpabilidad reflejada en los ojos que tanto amaba. – I..Italia - ¿Qué podía decir? No había nada que pudiera hacerle sentir mejor. Era torpe, respecto a los sentimientos, era realmente torpe. Sabía además que muy contradictorio. Amarle, a su manera. Pero al mismo tiempo odiarle por hacerle sentir de aquella manera. – Puedes recordar siempre esto. – Tembló, cada músculo de su cuerpo lo hizo, pero se sintió el más feliz del mundo al poder sentir al fin los finos y suaves labios del Italiano rozar los suyos propios. Acto seguido, se mostró tan rojo como uno de esos tomates que solía comer el hermano del poseedor de aquellos delicados labios.Dubitó. Estaba...Confuso.
- A...Alemania. – Susurró y a penas pudo decir aquello, se lanzó a sus brazos. Abrazándole, mucho. Rodeando sus finos y delicados brazos entre la ancha espalda del Alemán. Sonriéndo, solo un poco. Conteniendo a la misma vez, las lágrimas que luchaban por no salir de sus ojos. Cristalinas y débiles. Justo como él. Al poco rato, este correspondió su abrazo, le dio otro beso. Más fugaz, más pasional. Profundo, jugueteando levemente con la lengua del de cabello cobrizo. Empujándolo a la cama de nuevo, sin darse ciertamente cuenta en el momento en el que ambos estaban de pie, justo frente a frente. Tumbados sobre el colchón, el alemán acariciaba las mejillas del Italiano con una de sus manos, con la otra luchaba por no perder la postura. Con sus lenguas, combatian por conseguir más terreno.
Algún tiempo. Si quiera se dieron cuenta cuando ya el Italiano no llevaba su camiseta ni tampoco sus pantalones o cuando el Alemán había perdido la chaqueta militar y solo llevaba una diminuta camisa de tirantas negras y un pantalón ajustado grisaceo. Se abrazaron, de nuevo. El más menudo habló, con una voz incluso más dulce de lo habitual. – Realmente me gustas Alemania...Siento que voy a derretirme. – Justo así, de aquella manera, rozándo sus cuerpos muy débilmente.
Besandose de nuevo, esta vez adquiriendo el rubio el total control sobre el otro y besando el huesudo cuello del pelirrojo, que sonrojado intentaba apartar la mirada. Pasando a rozar la oreja ajena con sus labios, a besar también dulcemente el curioso rizo del Italiano. - Nhh..A..Alemania - Suspiraba, porque eran eso, suspiros, lo que de sus labios salían sin control. Le amaba, a él...Al que una vez, pese a que sus recuerdos fueran inciertos, había sido.- 0 Comments
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