28 Jan 2011


Aun llueve afuera y Alfred observa por la ventana con una sonrisa. Se siente libre. Se siente fuerte. Se siente… solo.La lluvia no se detiene y no hay nadie en la casa con quien celebrar. No hay panecillos quemados, ni tés amargos. No hay sonrisas ni cálidos brazos. No hay polvo de hadas ni cuentos en voces gruesas.

Solo hay frío. Silencio. Polvo. Pólvora. Miedo. Soledad. Lluvia.

Solo hay lluvia.

Alfred abre la puerta, sale sobre sus tierras y la lluvia moja todo su cuerpo, respira su libertad profundamente. Respira… respira el olor a guerra, sangre, pólvora y odio. Respira el olor a lágrimas.

"¿Cómo podría dispararte…?"

Sus ojos azules se abren y Arthur esta en el suelo, manos sucias y ensangrentadas sobre su rostro bañado en lluvia y lágrimas. Arthur llora y se desgarra por dentro frente a él y Alfred se queda inmóvil, solo observa al hombre en el suelo.

"¡Demonios! ¿¡Por qué!?"

Cuando sus párpados dejan de sentirse pesados por las gotas de lluvia y se abren, azules y vacíos, su mano se estira y trata de arrullar a la persona en el suelo, a la persona que se muere frente a él.

Y la imagen desaparece.

Alfred parpadea una vez y una vez más y las lágrimas cálidas bajan por sus mejillas esta vez, su boca se abre pero su voz no sale, sus manos suben hasta su rostro y las ve con horror…Cuando por fin las lágrimas llenan su rostro y su alma, ya es demasiado tarde y Arthur se ha ido. Da la vuelta y con lágrimas, pena, dolor, terror, soledad… corre. Corre tan rápido como sus derrotadas piernas le permiten. Corre tan rápido como puede y sus ojos divisan la línea de la costa y el barco que se aleja. Sus pies no tienen más espacio para correr. La madera del muelle se acabo. Su rostro se contorsiona en dolor, sus rostro se llena de aún más lágrimas y la lluvia sigue cayendo.

No te vayas.

Sus manos se extienden hacia la imagen borrosa del barco que ya no volverá.

No me dejes.

Su voz no encuentra salida aun cuando su boca se abre entre su respiración erradica y desesperada.

Perdóname…

Por favor…

No me dejes…

Perdóname…

Yo te…

Yo…


Su voz se rompe al final, sus rodillas ceden y se golpean contra la madera mientras su cuerpo tiembla de pies a cabeza y sus manos polvorientas y temblorosas se pierden en su dolorido rostro. La lluvia cae, lenta y despiadada.

"Lo siento…"

En el barco Inglés que deja por última vez, a los ahora, independientes, Estados Unidos de América, la voz de un niño resuena en los oídos de un abatido hombre que ve la costa, el muelle y a un hombre de rodillas, roto sin reparo, desde el borde del barco.

Arthur pretende que las gotas que bajan por su rostro son solo de lluvia. Aunque aun puede escuchar a su Alfred, a su adorado, bello Alfred.

"No te vayas, Arthur, si te vas, me sentiré tan solo…"

Al irme yo también me siento solo. 

La lluvia cae y el agua se lleva los restos de la época en la que ambos fueron realmente felices.
"Vamos a casa, ¡Pequeño Al!" ... "¡Sí!"

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