Despertó viendo su silueta en el espejo. No era ese tipo de despertar de levantarse de una larga siesta o de dormitar, no... Había abierto sus ojos y despertado, estaba ensoñado con aquella imagen que le miraba expectante, como si allí se estuviera dando el más importante y raro hecho del mundo, en ese mismo instante.
Levantó un poco la vista, se sentía algo fatigado, miró hacia el techo. Hacía tiempo que no ingería comida alguna y aquel reflejo lo sabía muy bien, estaba casi huesudo, los dedos que antes solían ser rechonchos y rosados ahora eran pálidos y muy delgados. Su cara también había cambiado, en lugar de aquella sonrisa optimista de siempre, estaba una extraña mueca indescriptible. Quizás mirando a sus ojos podría saberse qué pensaba o cómo se sentía pero sus verdes, siempre alzados ahora estaban decaídos y a penas podía mirarse en aquel lugar tan oscuro. El pelo, rubio cenizo desde siempre, ahora parecía más castaño que dorado... Era como si se hubiera convertido en otra persona, él no se hacía caso de lo que aquel reflejo quería decirle.
Gritos, lágrimas. Despierta.
Abrió los ojos con más fuerza al tiempo que una lágrima corría por su mejilla, aún se atormentaba por el hecho de haberlo perdido, aún se culpaba por haberle hecho todo lo que al principio había soñado hacer cada noche mientras se mantenía preso bajo su cautela.
Estaba un poco perdido. Ya saben, esa sensación de ver por ti mismo que todo lo que temías y esperabas que llegase en un futuro muy, muy lejano se había presentado e ido al instante sin solo dejar una nota. Aún recordaba su cara, no lucía miedosa, pero lágrimas parecían acumularse tras los cristalinos que nunca se cerraron por si mismos. Le echaba un poco de menos, por eso recordaba terriblemente su rostro, aquellos ojos abiertos y mirada amable. Aquella sonrisa que se borraba por si misma.
- Es como si al cielo nocturno en una ciudad iluminada, le quitaras las únicas estrellas que brillan. Estaría solo. -Escuchó a su lado. Reconoció aquel tono superior y listillo y volvió la cabeza al instante, pero allí no había nada, estaba un poco agitado y sentía como el corazón le bombeaba con grata fuerza.
Sus hombros se sentían pesados. Antes él solía llevar una vida normal, salía a cumplir con su papel de empleado asalariado, iba a comer con sus amigos... Quería muchísimo a su esposa e hijo. Pero ahora, su mirada se mantenía fija en aquel cristal, que le devolvía el gesto con desprecio.
¿Hacía cuánto que se había convertido en aquello? No lo sabía, había perdido la cuenta de los años que llevaba dentro de aquel lugar sin otra tarea más que complacer y admirar a escondidas a la persona que ahora se yacía tirada en el suelo con su gesto sonriente y mirada perdida. Comenzaba a desprender un olor repulsivo, pero no le importaba permanecer allí mientras estuviese a su lado.
Una vez leyó en un libro en el que un tarado secuestraba a un niño, como se sucedían las estaciones, noches y días y el pequeño se iba volviendo cada vez más atraído por aquel hombre maldito. Era llamado Síndrome de Estocolmo, creía. En aquel entonces, su reacción de parecerle horrible y antinatural aquello había sido de lo más común, pero ahora él el que estaba en aquella situación.
Le echaba un poco de menos... Añoraba sentir sus manos recorriendo con crudeza su cuerpo desnudo. Sentirle profundizar su interior sin la más mínima piedad. Estaba un poco confuso y ya no sabía si sentir aquello estaba bien o mal. Cerró los ojos y sus rodillas automáticamente golpearon el suelo.
Las pastillas que encontró en el botiquín de detrás del espejo del cuarto de baño superior estaban haciendo su efecto.
- ¿Oigan? -Golpeó alguien la puerta. Escuchó como seguían gritando desde fuera, eran demasiado ruidosos. - ¡Abran la puerta! -Escuchó de nuevo, aunque ya no muy bien, seguido de un golpe que sí pudo detectar. Alguien corrió deprisa hacia sus pies, pareció resbalarse un poco, al abrir un poco los ojos vio la cara de horror de aquel hombre. Llevaba puesta una gorra de policía, con cuadros blancos y negros. No distinguía muy bien su rostro, pero un gran mostacho negro tapaba parte de su labio y nariz.
Alguien más se colocó a su lado, escuchó el sonido de las pisadas por todo el cuarto. Aquel hombre del gran bigote y él no estaban solos, concluyó.
-Oh dios mío... -Murmuró alguien horrorizado. - ¿Cómo alguien así ha podido hacer semejante cosa? - Quería saber si se trataba de él, por lo que decían aquellas cosas. Es cierto que su condición física no era la más óptima y que tal vez le faltaban músculos, pero no había nadie más en aquel lugar así que se sintió algo ofendido.
Gruñó, ya no sentía las fuerzas, pero no fue escuchado. En cambio el hombre del gran bigote negro se quitó de su alrededor y pudo contemplar borrosamente como iba junto a otro que apuntaba algo sobre una libreta.
- Ese hombre que está ahora tirado en el suelo fue secuestrado hace cuatro años, su esposa era gran amiga de la mía. Lo buscamos muchísimo tiempo, pero ni huella... Parece mentira que esto sea posible. -Escuchó un largo suspiro, pero la misma voz grave y ronca sonó de nuevo, llenando el lugar con sus palabras. - Su ropa está llena de sangre, o lo que queda de ella... A simple vista parece un crimen pasional, la víctima del secuestro aún respira. - Parecía ser que aquel que decía conocerle era el mandamás del lugar, los pasos se aceleraban cada vez que esa grave voz hablaba. - Tómale una muestra biológica a la víctima para el tanatólogo. Oh, y también llama a un ambulancia. -Concluyó y pareció que el ambiente tenso de la sala se hacía más soportable, dejaban su propia vida a algo casi sin importancia, pero ya no le importaba demasiado continuar viviendo.
Alguien le sujetó la cabeza una vez más. Sonrió con lo que le quedaba y abrió los ojos. -Buenas noches, Tim. -Aquella voz calurosa de siempre, sintió como unos labios le besaban sin permiso la frente.
- Buenas noches, John. -Respiró y su vista terminó por deshacerse. Se sentía desfallecer, tenía mucho sueño, cerró los ojos de nuevo.
- Es como si al cielo nocturno de una ciudad iluminada por focos, le quitaras las únicas estrellas que brillasen. Estaría solo. -Murmuró el moreno acariciando sus hombros. El fuerte olor a tabaco mentolado se azotaba contra su nariz.
- Pero yo no voy a irme nunca -Murmuró una vocecilla, al tiempo que echaba la cabeza hacia detrás y se posaba sobre quién lo sujetaba.
- Lo sé. - Murmuró la voz y después de aquello, las manos gentiles se volvieron toscas y le envolvió una vez más en uno de aquellos besos que tanto le habían terminado por gustar.