Archive for 12.11

Ratón Ahogado

    • Y en tus ojos me perdí, porque eran infinitos.

      Como un ratón, estos eran pequeños y agudos y dentro de ellos podía observarse el miedo, corriendo de un lado a otro en el interior de esos ojos y te veía a ti, que parecías realmente inmune y fuerte para demostrar que en realidad te morías de miedo y eso me hacía sentirme asustado también. Yo no sabía a qué le temías, pero el profundo sentir del inminente final acercándose era incierto. Me pregunto si aún recuerdas esos besos, si sentiste el primero como un final y el segundo como la partida hacia esa carretera rocosa infernal hacia lenguas de fuego, las mismas que yacían enroscadas a los brazos de nuestro pequeño amor desde hacía tiempo, aunque nunca se sintiera así.
      También me preguntaba constantemente tu nombre entonces, pero ya no; porque sé que tú siempre serás tú y nadie más.

      No supe nunca si fuiste tú el que se puso aquel mote de ratón, ni por qué, pero quizás fuera porque estabas asustado y vagabas sin saber a dónde o te gustaba esconderte, o quizás el hecho de sentirte solo o incluso fuera sólo un capricho, quién sabe. Sólo sé que no pude sacarte de mi cabeza desde aquel día de mi cumpleaños, en Septiembre, cuando aquel curioso huracán tocó tierra. Recuerdo haber escuchado tu voz menuda con mucha claridad, también evoco a veces tu mano abarcando mi cuello sin ninguna delicadeza y la sensación plena de mi corazón gemir en mi pecho con pesadez.

      Amor, ¿Qué era el amor? Puede que nunca lo supiese o quizás sabía que era todo el tiempo, no estoy seguro pero supongo que amor es eso que utilizas de escusa para englobar todos los millones de cosas que te hace sentir alguien. Si no me equivoco, estoy seguro de que en ese caso te amo como nunca jamás he amado a nadie antes y aunque ahora este sentimiento agujeree mi pecho, sé que una vez estuvo bien amarte, pero ya no lo sé; porque aún si este amor aún achicharra mis entrañas, no tengo idea de si está bien sentirlo.

      Creo que soñé, lloré y me arrepentí muchas veces por su culpa antes de decidirme a escribir esto, pero hoy estoy aquí para que sepas algo, algo que probablemente ya sepas y deseo que evoques. ¿Recuerdas cuando estábamos refugiados al borde de un mundo real y otro inventado? En ese sótano que guardaba millones de libros. Yo recuerdo el momento de una de esas innumerables noches en la que con voz teatral, como sólo tú sabías poner, sostuviste un libro entre tus manos y me leíste Hamlet por primera vez, o la primera vez que vi volar tus dedos sobre ese finito teclado de piezas marfiles blancas y negras, creando unas melodía y unas danzas hermosas, o las cenas que hacías, que pese a no ser generosas, eran un manjar. Incluso las cosas más simples, como el trecho del mercado al sótano, caminando en silencio con el frío invierno calando nuestros huesos y la mullida nieve bajo los pies.

      O cuando huías de mis palabras cuando yo trataba de acercarme y saber más de ti, incluso cuando te veía luego de tomar un baño, cuando te soltabas el pelo y de tu cuerpo emanaba hacia el techo el vapor. Tengo también algunos malos recuerdos, sin duda... Pero ni por asomo tienen ni la mitad del peso de los buenos, así que aún si está ahí, no se siente como tal.

      Así que me despido, espero que te lleguen mis palabras y que este humilde deseo se lo lleve el viento.

      Te estaré esperando, toda la vida si es necesario.
      Con amor, Shion.
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/Entre estas paredes\

    • Despertó viendo su silueta en el espejo. No era ese tipo de despertar de levantarse de una larga siesta o de dormitar, no... Había abierto sus ojos y despertado, estaba ensoñado con aquella imagen que le miraba expectante, como si allí se estuviera dando el más importante y raro hecho del mundo, en ese mismo instante.

      Levantó un poco la vista, se sentía algo fatigado, miró hacia el techo. Hacía tiempo que no ingería comida alguna y aquel reflejo lo sabía muy bien, estaba casi huesudo, los dedos que antes solían ser rechonchos y rosados ahora eran pálidos y muy delgados. Su cara también había cambiado, en lugar de aquella sonrisa optimista de siempre, estaba una extraña mueca indescriptible. Quizás mirando a sus ojos podría saberse qué pensaba o cómo se sentía pero sus verdes, siempre alzados ahora estaban decaídos y a penas podía mirarse en aquel lugar tan oscuro. El pelo, rubio cenizo desde siempre, ahora parecía más castaño que dorado... Era como si se hubiera convertido en otra persona, él no se hacía caso de lo que aquel reflejo quería decirle.

      Gritos, lágrimas. Despierta.

      Abrió los ojos con más fuerza al tiempo que una lágrima corría por su mejilla, aún se atormentaba por el hecho de haberlo perdido, aún se culpaba por haberle hecho todo lo que al principio había soñado hacer cada noche mientras se mantenía preso bajo su cautela.

      Estaba un poco perdido. Ya saben, esa sensación de ver por ti mismo que todo lo que temías y esperabas que llegase en un futuro muy, muy lejano se había presentado e ido al instante sin solo dejar una nota. Aún recordaba su cara, no lucía miedosa, pero lágrimas parecían acumularse tras los cristalinos que nunca se cerraron por si mismos. Le echaba un poco de menos, por eso recordaba terriblemente su rostro, aquellos ojos abiertos y mirada amable. Aquella sonrisa que se borraba por si misma.

      - Es como si al cielo nocturno en una ciudad iluminada, le quitaras las únicas estrellas que brillan. Estaría solo. -Escuchó a su lado. Reconoció aquel tono superior y listillo y volvió la cabeza al instante, pero allí no había nada, estaba un poco agitado y sentía como el corazón le bombeaba con grata fuerza.

      Sus hombros se sentían pesados. Antes él solía llevar una vida normal, salía a cumplir con su papel de empleado asalariado, iba a comer con sus amigos... Quería muchísimo a su esposa e hijo. Pero ahora, su mirada se mantenía fija en aquel cristal, que le devolvía el gesto con desprecio.

      ¿Hacía cuánto que se había convertido en aquello? No lo sabía, había perdido la cuenta de los años que llevaba dentro de aquel lugar sin otra tarea más que complacer y admirar a escondidas a la persona que ahora se yacía tirada en el suelo con su gesto sonriente y mirada perdida. Comenzaba a desprender un olor repulsivo, pero no le importaba permanecer allí mientras estuviese a su lado.

      Una vez leyó en un libro en el que un tarado secuestraba a un niño, como se sucedían las estaciones, noches y días y el pequeño se iba volviendo cada vez más atraído por aquel hombre maldito. Era llamado Síndrome de Estocolmo, creía. En aquel entonces, su reacción de parecerle horrible y antinatural aquello había sido de lo más común, pero ahora él el que estaba en aquella situación.

      Le echaba un poco de menos... Añoraba sentir sus manos recorriendo con crudeza su cuerpo desnudo. Sentirle profundizar su interior sin la más mínima piedad. Estaba un poco confuso y ya no sabía si sentir aquello estaba bien o mal. Cerró los ojos y sus rodillas automáticamente golpearon el suelo.

      Las pastillas que encontró en el botiquín de detrás del espejo del cuarto de baño superior estaban haciendo su efecto.

      - ¿Oigan? -Golpeó alguien la puerta. Escuchó como seguían gritando desde fuera, eran demasiado ruidosos. - ¡Abran la puerta! -Escuchó de nuevo, aunque ya no muy bien, seguido de un golpe que sí pudo detectar. Alguien corrió deprisa hacia sus pies, pareció resbalarse un poco, al abrir un poco los ojos vio la cara de horror de aquel hombre. Llevaba puesta una gorra de policía, con cuadros blancos y negros. No distinguía muy bien su rostro, pero un gran mostacho negro tapaba parte de su labio y nariz.

      Alguien más se colocó a su lado, escuchó el sonido de las pisadas por todo el cuarto. Aquel hombre del gran bigote y él no estaban solos, concluyó.

      -Oh dios mío... -Murmuró alguien horrorizado. - ¿Cómo alguien así ha podido hacer semejante cosa? - Quería saber si se trataba de él, por lo que decían aquellas cosas. Es cierto que su condición física no era la más óptima y que tal vez le faltaban músculos, pero no había nadie más en aquel lugar así que se sintió algo ofendido.

      Gruñó, ya no sentía las fuerzas, pero no fue escuchado. En cambio el hombre del gran bigote negro se quitó de su alrededor y pudo contemplar borrosamente como iba junto a otro que apuntaba algo sobre una libreta.

      - Ese hombre que está ahora tirado en el suelo fue secuestrado hace cuatro años, su esposa era gran amiga de la mía. Lo buscamos muchísimo tiempo, pero ni huella... Parece mentira que esto sea posible. -Escuchó un largo suspiro, pero la misma voz grave y ronca sonó de nuevo, llenando el lugar con sus palabras. - Su ropa está llena de sangre, o lo que queda de ella... A simple vista parece un crimen pasional, la víctima del secuestro aún respira. - Parecía ser que aquel que decía conocerle era el mandamás del lugar, los pasos se aceleraban cada vez que esa grave voz hablaba. - Tómale una muestra biológica a la víctima para el tanatólogo. Oh, y también llama a un ambulancia. -Concluyó y pareció que el ambiente tenso de la sala se hacía más soportable, dejaban su propia vida a algo casi sin importancia, pero ya no le importaba demasiado continuar viviendo.

      Alguien le sujetó la cabeza una vez más. Sonrió con lo que le quedaba y abrió los ojos. -Buenas noches, Tim. -Aquella voz calurosa de siempre, sintió como unos labios le besaban sin permiso la frente.

      - Buenas noches, John. -Respiró y su vista terminó por deshacerse. Se sentía desfallecer, tenía mucho sueño, cerró los ojos de nuevo.

      - Es como si al cielo nocturno de una ciudad iluminada por focos, le quitaras las únicas estrellas que brillasen. Estaría solo. -Murmuró el moreno acariciando sus hombros. El fuerte olor a tabaco mentolado se azotaba contra su nariz.

      - Pero yo no voy a irme nunca -Murmuró una vocecilla, al tiempo que echaba la cabeza hacia detrás y se posaba sobre quién lo sujetaba.

      - Lo sé. - Murmuró la voz y después de aquello, las manos gentiles se volvieron toscas y le envolvió una vez más en uno de aquellos besos que tanto le habían terminado por gustar.
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