27 Mar 2012

Hasta lo que hubiera pensado cualquiera, incluso en aquel lugar tan inhóspito dentro de su cabeza, era que aquella suya, había sido una hazaña sin igual. Se había alzado el peto empolvado y había mirado con grandeza a todo su alrededor. Caerse era una de las virtudes de la vida y para alguien que trabajaba en el negocio de la ingeniería aerotécnica del arte de arreglar tejados, era algo casi común.

Se acicaló un poco con las manos llenas de grasa, la cintura del pantalón; y aunque la manchó, la dejó en su lugar y algo menos llena de polvo que hace casi nada, un rato muy pequeño. Miró con ímpetu a la escalera que no ayudaba nunca en nada e inconscientemente le echó la culpa por ser tan mala compañera. "¡Oh, no no no! Eso no se hace, vieja amiga. ¿Pero qué digo? ¡Amiga tú! Con amigos como estos, para qué querer enemigos..."

Casi mantenía una pelea con la pobre vieja y desdentada escalera y hubiera continuado, oh sí... Lo hubiera hecho encantado, incluso le hubiera alzado la mano a no ser que no hubiera llegado aquel hombre tan apuesto, con una pajarita enroscada en el cuello blanco de su camisa y una mirada casi de fábula. "¿Pero qué hace?" Escuchó y al pobre hombre de peto desarreglado casi le pareció que se le paraba el mundo y daba un vuelo. "¿Que no ve?" Dejó caer, como si todo el mundo peleara normalmente con escaleras y desaliñadas caídas tontas y antes de que pudiera proseguir, aquel hombre de camisa pulcra y gafas con cristal oscuro, comenzó a reír alocadamente.

El hombre del mono engrasado también dejó escapar una tonta risa de sus labios, casi sin pensarlo y antes de saberlo, se había enamorado. ¡A primera vista! Como en un cuento.

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