Archive for 05.12

Noche de tormenta.


    • ¿Recuerdas cuando te metías en mi cama a causa de las pesadillas?

      Siempre decías que era sobre lo mismo.

      Caías.

      Pero decías que no era como si fueras a caer sobre algo, sólo caías. Yo no lo entendía, pero tú temblabas como una hoja. Era la sensación de hundirte en miseria por perderlo todo. A mí, a padre y a madre. Cada vez que tenías esas pesadillas estabas a punto de llorar.

      Así que te dejaba dormir conmigo, bajo la luz de la luna, sosteniendo mi mano.

      Tus ojos estaban muy abiertos y brillantes, casi como si buscasen algo. Creo que jamás había visto tanto miendo en mi vida. Pero sonreía para hacer que te sintieras mejor y te decía: "Si notas que estás cayendo, despiértate, voy a estar aquí, siempre estaré aquí, hermano."

      Y siempre caías derecho a dormir.

      Ahora, soy yo quien tiene pesadillas. No sobre caerme.

      Sino dejándote ir.
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Alzando vuelo.


    • Levanto mi maza contra el mundo, la maza de castigo y decepción. Ejerzo como una fuerza que absorve, dejo fluir mis pensamientos e ideales a través de ella. Someto, aplasto y detesto. Dejo sobre los hombros de más hombres lo que los míos no quieren gozar de llevar.

      Mato, asesino y no me compadezco de mí y mis recuerdos, después.
      Sonrío y salgo a la calle, miro a mi esposa y le vuelvo a sonreír. Ella es una buena mujer, una mujer que jamás se atrevería desobedecer mi palabra y que en cambio, hace lo posible por llevarla más lejos. Jamás me cansaré de pensar que es una buena mujer. Sabe planchar los calcetines de maravilla y también hace un guiso de calamar riquísimo, me da lo que le pido.

      Sin embargo, ¡Pobres idiotas! Aquellos tontos que no se dejan doblegar por mi reinado, aquellos a los que nada le es suficiente e intentan salir a la calle, gritar y deneterlo. Jamás supe cómo ha de sentirse estar en lo alto, pese a intentarlo de buena gana tantas veces. Ahora lo sé.

      Tengo las manos manchadas de sangre, las gotas fluidas y líquidas han manchado mi rostro y ropa también, pero sigo como siempre. Algunos dicen prepotencia y llenan sus bocas de palabras burdas que no entienden. Pero aún así, levanto mi maza de poder y orgullo sobre el mundo.
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Una persona que no sabía bailar.


    • Echó ambas manos sobre su cabeza, mientras un poco amargado y sentado sobre el sofá de una casa que no era la suya; escuchaba la melodía que sonaba de fondo. Era una canción bonita, aunque él no era un experto crítico en el mundillo musical era consciente de lo que podía gustarle a un oído y lo que podía resultarle súbitamente atonal. Era una balada Adagio a piano, tocada con tanto sentimiento que sentía que las lágrimas escapaban sin lugar a donde ir mejillas abajo.

      Miró al reproductor en el que no paraba de sonar aquella melodía y sintió impaciencia y desazón.

      Cuando supo que ya sus ojos no servirían más de contenedor para las lágrimas que querían salir, se levantó y fue a abrazarle. Fruto de sus lágrimas nació el dolor con el que sus brazos envolvieron al moreno amigo y amante desde hacía rato. - Te amo. - Murmuró, con la voz amarga y quebrada; siendo retenida y apagada por la ropa del otro, que también le abrazó.

      - No seas tonto. - Escuchó.
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Partes de otro conjunto.

    • Bajo la funcionalidad absurda de la desesperación y el orden del desorden que nos une. Bajo las estrellas brillantes y nocturnas, palpitantes que el cielo omnisciente detiene. Sobre tu mirada, sobre las sonrisas y los gestos. Sin ceder ante el posible encuentro que posiblemente no se de; nos olvidamos.

      Agacho la mirada y dejo de observarte. Hace dos años que nos conocemos y hace tan poco que podemos lucirnos de hacerlo, que me mata. Sueño que dejo de dormir y te veo, aunque en la realidad apartaría el gesto y dejaría de hacerlo; pero en mi sueño me miras, clavas tus pupilas en las mís y me preguntas cosas con los ojos, cosas que no entiendo y me aterro de la posibilidad del hecho de que quizás debiera saberlo.

      Entonces despierto, ya no son dos años simples y curiosos de encuentros, ha pasado casi una decena de ellos y aún en tu mirada busco y hallo cosas indescriptibles. Me encuentro algo perdido y no puedo preguntar por dónde debiera salir, qué debiera hacer para liberarme o si realmente estoy retenido en este sitio.

      A veces yo también me pregunto muchas de las cosas que probablemente tú te preguntes. ¿Qué soy? ¿Qué eres para mí? ¿Qué somos? Y si ese es el caso, si lograse hallar respuesta para las dos primeras preguntas; ¿Podría decirse que somos? Porque si no fuera así e hiciera tiempo que dejamos de serlo, no hay motivo por el que ahora, al abrir los ojos, te vea tumbado con gesto sereno sobre mi almohada.

      Así que ahí me encuentro. En una especie de repetición de situaciones incómodas y momentos de infarto. Fijando como blanco de mi mira a tus castaños.
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